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El incomparable sabor de Oporto

A orillas del río Duero, Oporto conserva rastros ancestrales que se fusionan de manera exquisita con las particularidades de una ciudad moderna. Muros recubiertos con azulejos, edificios de frentes coloridos, bellos balcones de hierro y ropa tendida al sol son los aspectos más característicos de la ciudad, que fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco.

El plano de la ciudad de poco sirve para orientarse en este encantador enclave surcado por el río Duero. Sucede que las curvas caprichosas de sus calles empinadas y empedradas desafían hasta al más experimentado viajero, convirtiendo a Oporto en un laberinto cautivante. Perderse entre sus muros de azulejos y exquisitos edificios de frentes coloridos, con hermosos balcones de hierro y ropa tendida al sol, más que una anécdota, es un placer.

Se podría apuntar una extensa lista de adjetivos generosos en el vano intento de transmitir la belleza, singularidad y calidez de esta ciudad. Por eso mejor señalar su reconocimiento como Patrimonio Mundial de la Humanidad por parte de la Unesco y sugerir al lector una visita para sucumbir ante su encanto.

TESORO BONITO.

Las nubes reposan bajas sobre la ciudad mientras decenas de aves aletean por doquier en este tejido urbano atesorado desde las épocas fenicia y romana, cuando Oporto se llamaba Cale (“Bonito”, en griego). Posteriormente se le agregó la palabra Portus (“Puerto”), derivando en Portus Cale, y finalmente en Portugal. De modo que fue este enclave el que le dio nombre al país.

Si bien Oporto desempeñó un papel destacado en las expediciones portuguesas del siglo XV, fue en el XVIII cuando alcanzó su mayor auge, con la comercialización del vino.

Hoy la urbe conserva la impronta ancestral, aunque perfectamente amalgamada con los tiempos que corren.

Así, el lugar el ideal para comenzar el recorrido por la ciudad y sentirle su pulso es la Plaza de la Libertad, dominada por la estatua ecuestre de Don Pedro IV. Es la parada principal de los coloridos buses turísticos y está rodeada de cálidos restaurantes y cafés. Además, suele ser punto de encuentro de los locales, por lo que es común ver grupos de estudiantes universitarios que, por tradición, lucen vestimentas rigurosamente negras, cubiertas por una enorme capa del mismo color.

A pasos de allí se encuentra la iglesia y torre de los Clérigos, obra barroca del prolífico arquitecto italiano Niccolò Nasoni, construida entre 1735 y 1748. Es casi indispensable en un viaje a Oporto, ya que desde lo alto de la torre se obtiene una inmejorable vista panorámica de 360° de la ciudad, plena de tejados y mansardas. Cuesta subir los 225 escalones de la empinada escalera angosta, pero vale el esfuerzo.

En esta zona abundan las zapaterías, droguerías y carnicerías. También está la Casa Oriental (que ofrece bacalao, frutas y verduras) y una farmacia del siglo XVIII.

En diagonal a la iglesia y torre de los Clérigos yace otra imponente edificación barroca: la Igreja do Carmo, con una monumental fachada y una pared lateral con un panel de azulejos gigante, obra de Silvestre Silvestri. Deténgase a observarlo con atención porque es realmente maravilloso.

Y justo al lado se encuentra la Igreja dos Carmelitas, una construcción que fusiona el barroco y el neoclásico.

Doblando la esquina, la librería más ilustre de Oporto: Lello & Irmão, una majestuosidad neogótica que fue declarada patrimonio histórico. Si bien aún funciona como tal, los encargados están acostumbrados al flujo de turistas que ingresan para ver su interior, aunque no permiten tomar fotografías. A cambio, ofrecen unas lindas postales y otros souvenirs. Se dice que es la más bonita de Europa y fue utilizada como escenario para rodar escenas de algunas películas de Harry Potter.

La caminata puede continuar en dirección sur de la Plaza de la Libertad. Se sugiere ingresar a la estación São Bento, frente a la plaza de Almeida Garrett, ya que se pueden contemplar otros enormes paneles de azulejos de la década del 30, obra de Jorge Colaço.

Cerca de allí aguarda el mercado central de abastos de Oporto: el Mercado Municipal do Bolhão, con una espléndida estructura de hierro que data de 1851 y galerías interiores repletas de puestos de venta de productos de toda la región.

Avanzando una cuadra irrumpe la calle Santa Catarina, centro comercial de la ciudad, otrora lugar de paseo de la burguesía. Allí se encuentra el Café Majestic, ícono de la Belle Epoque, que luego de hallarse en un estado deplorable, reabrió sus puertas en 1994 tras una reforma que le devolvió su antiguo esplendor.

DIVINA RIBEIRA.

Ribeira es, definitivamente, la zona más exquisita de Oporto. Azul, rojo, amarillo, turquesa, naranja, verde y más colores explotan en las fachadas de las viviendas y numerosas tiendas de souvenirs.

Está dominada por el puente Don Luis I, ícono de la ciudad. Consta de dos pisos, con pasarelas peatonales desde las que se obtienen vistas espectaculares. Fue construido en 1886 por el ingeniero belga Teóphile Seyring, discípulo de Gustave Eiffel. De ahí su parecido a la torre parisina.

Las empinadas calles del barrio ribereño ofrecen espectaculares vistas, con el Duero a sus pies, y concurridos restaurantes y bares con pintorescas terrazas a lo largo de la orilla.

Este es uno de los sitios indicados para degustar platos de la cocina portuguesa tradicional, varios de ellos con origen en Oporto, como las "tripas à moda do Porto" (tripas a la portuense) y el “Bacalao a la Gómez de Sá”. Asimismo, la “francesinha” (francesita) es el plato más requerido de la culinaria moderna, y consiste en un sándwich relleno de jamón, queso, salchichas, filete de ternera, huevo y otros ingredientes, cubiertos con queso y una salsa especial. Aunque, sin dudas, el plato estrella de la ciudad es el bacalao.

La repostería, en tanto, es de muy buena calidad. No parta sin haber degustado las "natas", unos pastelitos de crema a base de nata, similares a los "pastéis de Belém", típicos de Lisboa.

Un paseo muy atractivo en esa zona es la navegación a bordo de rabelos, que son embarcaciones que se utilizaban para el transporte de las cubas de oporto, hoy motorizadas y convertidas en un producto turístico.

En cuanto a las construcciones notables, en Ribeira se sugiere visitar la Catedral y la deslumbrante iglesia de San Francisco, además del Palacio de la Bolsa.

El enorme edificio de la Catedral se alza sobre una ladera rocosa. Su interior está dividido en tres naves y tiene una escalinata que conduce a la galería superior, recubierta de paneles de azulejos, desde donde se obtienen muy buenas panorámicas de la ciudad.

El acceso más sencillo a la Catedral es a bordo del funicular Dos Guindais, ya que de este modo se evitan las tortuosas escalinatas. Además, durante el recorrido se aprecian más vistas espectaculares del puente y la muralla medieval.

Siendo el barroco un aspecto distintivo de la ciudad, otra atracción monumental es la iglesia de San Francisco, con una ornamentación magnificente, ya que prácticamente toda su superficie está recubierta de madera dorada con abundantes tallas de vides, angelitos, pájaros y otros animales. Es tal el exceso decorativo que el clero se declaró conmocionado y dejaron de celebrarse cultos en este templo.

A espaldas de San Francisco se emplaza el Palacio de la Bolsa, un edificio neoclásico con salas decoradas y amuebladas que pueden contemplarse en una visita guiada.

EL VINO OPORTO.

El vino oporto es dulce, de un sabor sin igual en el valle del Duero, ya que no sólo cuenta con estricto control y reglamentación por parte del Estado, sino que es elaborado por expertos que, desde hace siglos, obtienen variedades finas con esa denominación de origen.

La característica distintiva de los oportos es el coñac, que se añade a la fermentación para detener su proceso, logrando así un caldo dulce y robusto. Lo que sigue depende de la impronta de cada bodega (algunas de las más conocidas son Calem, Ferreira, Ramos Pinto y Sandeman).

Al caer la tarde, la bella Oporto comienza a iluminarse. Momento ideal para degustar una copa en alguna de las terrazas a orillas del Duero, o en alguno de sus atractivos bares, no sin antes brindar por la dicha de estar allí. Y, por qué no, por un pronto regreso.

Vila Nova de Gaia

Aunque pareciera que Vila Nova de Gaia forma parte de Oporto, en realidad se trata de otra ciudad portuguesa. Se encuentra sobre la margen izquierda del río Duero, justo enfrente de Ribeira. Para acceder hasta allí basta con cruzar el Puente Luis I, que desemboca en la zona donde están situadas todas las bodegas, almacenes y cafés.

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