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El mundo perdido de Fernando Pessoa

La infinita capital portuguesa ¬–una ciudad símbolo– fue la eterna amante del genial escritor. Allí nació y murió el mayor poeta del siglo XX, y entre sus calles, bares, plazas y palacios creó un mundo único, que sigue presente en la actualidad seduciendo a extranjeros y locales. Allí, Fernando Pessoa fue todos sus heterónimos y fue nadie; allí es inmortal. Por Valeria Trejo ([email protected])

“No soy nada.

Nunca seré nada.

No puedo querer ser nada.

Aparte de eso tengo en mí todos los sueños del mundo”

 

Lisboa y Pessoa están tan relacionados, que es imposible determinar qué de quién. El genial poeta, que vivió la mayor parte de sus 47 años en la capital portuguesa, “quebró su alma en pedazos”, tal como él mismo lo afirmó en uno de sus versos, y creó un mundo único para convertirse en un ser inmortal.

En su ensayo “Lo inalcanzable”, el periodista y escritor argentino Luis Gruss analiza un aspecto clave en la vida y la obra de Fernando Pessoa (además de la de Franz Kafka y Cesare Pavese): la relación que estos escritores mantuvieron con las mujeres, un vínculo especialmente complejo tanto en el plano afectivo como físico.

Cuando llegué a Lisboa, inevitablemente las primeras preguntas tuvieron que ver con Pessoa y con una búsqueda inalcanzable por intentar descubrirlo, por conocerlo (y reconocerlo) entre sus más de 70 heterónimos. No me costó mucho entender que la ciudad y el poeta mantienen un romance eterno. Allí Fernando Pessoa se oculta en cada rincón y es una pequeña parte de cada portugués. Y de sentirse nada, de resistirse a querer ser nada, el escritor encontró en Lisboa (en él) todos los sueños del mundo.

INFINITA LISBOA.

Pessoa vivió y murió en la ciudad entre 1888 y 1935. A los 8 años viajó con su madre a Sudáfrica y a excepción de este tiempo fuera de Portugal (regresó en 1905), el escritor raramente abandonó la capital.

“Sólo te conocí al perderte”, escribió. Así que la búsqueda de su rastro comienza por el final, como no podía ser de otra manera en el mundo perdido del poeta. Me dirijo al barrio de Belém para llegar hasta la iglesia del Monasterio de los Jerónimos. Declarado en 1983 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el imponente lugar fue construido en el siglo XVI con un predominante estilo manuelino para celebrar el regreso de India de Vasco da Gama. En los Jerónimos (además de las tumbas del navegador y del poeta Luís de Camões), en una capilla del claustro descansan, desde 1985, los restos del escritor. Es una visita obligada para el amante de sus letras. Su eterna morada es digna del autor. Un lugar verdaderamente especial para recordarlo. “Desapareceré de todas las calles. Mañana, también yo –el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí–, sí, mañana yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, el que otros vagamente evocarán con un ¿qué será de él?”

En el barrio de Belém, además, se localizan algunos de los íconos históricos de la ciudad, como el Monumento a los Descubridores, construido en 1960, en conmemoración de los 500 años del fallecimiento del infante Enrique, conocido como “el navegante”. La imponente obra reconoce a los marineros, reyes y personalidades destacadas que intervinieron en el desarrollo de la Era de los Descubrimientos.

La famosa Torre de Belém, considerada uno de los emblemas turísticos más representativos de la capital portuguesa, fue concebida por Francisco de Arruda y constituye uno de los ejemplos más precisos de la arquitectura manuelina (una variación portuguesa del estilo gótico, que se desarrolló en el reinado de Manuel I de Portugal).

Quienes lleguen hasta este barrio deberán hacer una parada obligatoria para degustar los famosos pasteles de Belém. Una excelente alternativa es la confitería Pastéis de Belém, que desde 1837 seduce a los viajeros de todo el mundo con el sabor de la antigua e inalterable pastelería portuguesa.

UN EXTRAÑO EN EL MUNDO.

En su ensayo, Gruss concluye que Fernando Pessoa vivió en un entorno que percibía hostil. Sintió que (casi) todo a su alrededor era falso, vulgar y sin encanto. Sin embargo, esta condición no le impidió amar y vivir lo cotidiano: escribir, soñar en Lisboa.

El escritor resultaba un extraño en el mundo, pero no lo era para sí mismo y en la capital portuguesa desplegó su abanico de poetas y poemas.

Basta hurgar un poco en alguna librería de usados de Lisboa para encontrarse cara a cara con una fotobiografía, donde se lo ve a Pessoa desde pequeño hasta sus últimos días. En varias de las imágenes está tal y como se lo conoce mundialmente.

Tomo esta idea para organizar un recorrido. Presiento que si lo sigo, voy a encontrarme con el poeta y sus letras en cualquier momento.

La ciudad de Lisboa, que ha sido habitada por griegos, cartagineses, romanos, visigodos y árabes ofrece una rica historia y tradición.

Es interesante recorrerla, desandarla a pie para encontrarnos con espacios únicos como la plaza Marqués de Pombal, que exhibe un monumento en honor al que fue gobernador de Lisboa, uno de los personajes más controvertidos de la historia de la capital, ya que fue un máximo representante del despotismo pero a la vez desempeñó un papel fundamental en la reconstrucción de la urbe luego del terremoto de 1755, y quien concretó varias reformas administrativas, económicas y sociales.

La Avenida de la Libertad, que antiguamente estaba rodeada por muros por donde sólo podían pasar miembros de la alta sociedad hasta 1821, cuando los liberales subieron al poder y el paseo quedó abierto para todo el mundo, fue reconstruida entre 1879 y 1882 siguiendo el estilo de los Campos Elíseos de París. Desde allí es posible continuar hasta la plaza de los Restauradores, la “Baixa Pombalina” (barrio comercial que fue totalmente reconstruido en el siglo XVIII) la plaza del Comercio y la del Rossio, por donde solía pasear el poeta.

Ya en la zona del Chiado, y luego de una intensa caminata, alguien me invita un café, acepto. El espacio elegido es el icónico bar “A Brasileira”, más precisamente en la barra, la que albergó tardes y noches enteras al poeta. Más allá de la estatua del autor justo en la entrada, el lugar es un sitio exquisito para absorber la atmósfera literaria tan latente en sus viejas mesas de madera y admirar la decoración clásica de la “Belle Époque” portuguesa. Allí está Pessoa, cambiando de identidad constantemente, pidiéndome: “Rodéate de rosas, ama, bebe y calla. El resto es nada”.

CON AROMA A NOSTALGIA.

Si bien el universo pluralista de Fernando Pessoa se ubicó la mayor parte del tiempo en Lisboa, el autor, como todos los que conocimos Portugal, se dejó envolver por la nostálgica Sintra.

La bella costa de Estoril fue mi camino para llegar a la romántica ciudad, donde antiguamente varios monarcas portugueses construyeron sus casas de verano. La visita obligada es al Palacio Nacional de Sintra, más conocido como “Palácio da Vila”, que otrora funcionó como una residencia real y en la actualidad pertenece al Estado portugués. Se trata de un castillo construido sobre un antiguo alcázar árabe, que incluye una vasta colección de preciosos azulejos de los siglos XV y XVI. La mansión presenta trazos de arquitectura medieval, gótica, manuelina, renacentista y romántica.

ADIOS A PESSOA/LISBOA.

En su ensayo, “Lo inalcanzable”, el periodista y escritor argentino Luis Gruss define a Pessoa como el rey de la pluralidad. Llegó a crear más de 70 heterónimos. Los más conocidos fueron Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Bernardo Soares. Caeiro murió joven en 1915 luego de haber pasado toda su vida con una tía. Ricardo Reis dejó Portugal para irse a Brasil y nunca regresó. Álvaro de Campos vivió toda la vida con Pessoa y frecuentó los mismos sitios: los muelles, cafés, tiendas y calles escondidas de Lisboa. Me gusta pensar que siguen allí, despidiéndose constantemente, quedándose ahí para siempre.

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