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Un dinámico paseo por Ciudad del Cabo

Entre típicos atractivos, chances doradas, un deporte inentendible, animales impensados y la presencia de un galán internacional, este rápido repaso por mis vicisitudes en Ciudad del Cabo sirve para reafirmar que, incluso luego del furor por la Copa del Mundo, en Sudáfrica siguen pasando muchas cosas.

Salimos por la puerta de desembarque y los paparazzi se amucharon junto a sus grandes cámaras. Y aunque la llegada era significativa para nosotros –la primera mirada al mundo exterior sudafricano, luego de los territorios de aduanas y cintas transportadoras de equipaje– los fotógrafos no pensaban lo mismo. Decididamente no venían por nuestros retratos.
Mientras nos preguntábamos a quién o quiénes estarían esperando, por el otro lado la estrella en cuestión apareció acompañada de murmullos altisonantes y el pronto rodeo de un enjambre de flashes. “¿Pero quién es? ¿Quién es?”, “No sé, no llego a ver”, “Creo que es una mujer…”, “¡Julia Roberts!” exclamó alguien que supuso haber visto una cabellera rojiza.
Nunca lo supimos…
De lo que sí teníamos la certeza era de que en Sudáfrica estaban pasando cosas nuevas, más allá de si la protagonista de Mujer Bonita hubiera alguna vez pisado el aeropuerto de Ciudad del Cabo. Sabido es que gracias a la celebración de la Copa del Mundo de la FIFA en 2010 el país ganó en desarrollo y notoriedad internacional. Esa misma noche U2 se presentaba en el estadio mundialista, con localidades agotadas para desencanto de algunos de los recién llegados.

EL CABO QUE ES COMIENZO.
En Ciudad del Cabo comenzó la nación sudafricana, ya que en 1652 los holandeses establecieron un primer asentamiento que serviría de escala a los barcos con destino a las Indias.
Justamente no extraña que hoy el mayor ícono urbanístico esté sobre la costa: la famosa área del Waterfront combina los yates de la bahía con edificios de estilo victoriano y restaurantes de todo tipo.
Gaviotas por doquier, bandas de música, un hombre gigante construido íntegramente con 4.200 cajones de Coca-Cola y una gran noria (artilugio también referido como “Vuelta al Mundo” o “Rueda de la Fortuna”) completan parcialmente el escenario. Solo falta un delicioso plato frente a mis narices, que, dada la multiplicidad de opciones, podría ser tanto una cazuela de mariscos como una hamburguesa con tocino, guacamole y aros de cebolla.
Para bajar la comida vale hacer un paseo de compras en el adyacente shopping V&A, en mi caso acompañado con un yogur helado con sabor a english toffee.
Durante esta primera experiencia en la ciudad, había algo que me había llamado la atención, un deporte proyectado en las pantallas de todos los locales, que ni siquiera el guía local me había podido explicar de qué iba y mucho menos el resultado parcial del partido, un llamativo India 127 – Bangladesh 0.
Vaya paliza, pensé, se ve que los bangladesíes tampoco entendían mucho de esto…

THE GOLDEN CHANCE.
“Ukwandisa incanca yakho ibenkulu, yomelela?” era una de las tantas indescifrables preguntas planteadas por el volante recibido en mano, de regreso al hotel.
Naturalmente, el xhosa (una de las 11 lenguas oficiales de Sudáfrica) no era mi fuerte. A su lado estaba la explicación en afrikáans (un derivado local del holandés) pero no fue hasta que revisé el dorso que encontré las equivalencias en inglés.
Resulta que el Dr. Malik promocionaba sus “Herbal Life Solutions” para curar todo tipo de mal, desde sobrepeso y problemas amorosos hasta juicios, exámenes y adicciones. Además de un alevosamente escueto mapa para ubicar las oficinas del “galeno” y la típica propuesta para expandir y fortalecer zonas puntuales del cuerpo masculino, el panfleto también ofrecía soluciones garantizadas en caso de que el hogar o una persona se vea perjudicado por un “tokoloshe”, luego lo supe, un ser de la mitología zulú (figurado como un duende malvado y peludo) que puede ser invocado para causar desgracias ajenas.
“This is your Golden Chance, miss it, lose it!”, rezaba el papel. En ese momento, beneficiado por este gran viaje, me pareció que utilizar los servicios del Dr. Malik hubiera sido abusar de mi suerte.

TOMATELO CON TE.
Aquí a la vuelta está el hotel Taj Cape Town, donde me estoy hospedando. Me apuro, esquivando gente de ropa de colores intensos a través de Adderley Street, una de las principales arterias. Mi curiosidad deportiva demanda saber cómo continúa el partido que disputan India y Bangladesh. No obstante…
Al girar la esquina me encuentro con un espectacular caos de tránsito, coches desperdigados por aquí y allá, entrecruzados, detenidos e imposibilitándose el paso. Lo más sorprendente fue notar que ¡todos tenían placas de Nueva York!
Había escuchado sobre la influencia multicultural de la urbe pero esto excedía lo imaginado.
Alargué la vista y di con la respuesta al intríngulis. Las cámaras de filmación, los encargados del rodaje y el par de actores protagónicos indicaban que todo se trataba de un montaje. Resulta que Sudáfrica en general y Ciudad del Cabo en particular son sitios ideales para filmar, tanto por costos como por locaciones. Pasadas unas semanas encontré en YouTube la propaganda de Lipton Ice Tea que se estaba rodando allí mismo.

CON SELLO INDIO.
Al fin traspasé la puerta del lobby del Taj Cape Town, lujosamente decorado con una araña de cristal, la escultura dorada de una diosa hindú y un gran dibujo de Table Mountain detrás de los recepcionistas.
Llegué a la habitación, la cama hecha estaba repleta de almohadones bordados y un cucurucho relleno de bombones aguardaba como atención. El plan era el siguiente: cambiar mi indumentaria por la bata y las pantuflas, preparar el baño de inmersión con sales revitalizantes y ver las alternativas finales del partido inaugural del Mundial de… ¡Cricket! Uno de los deportes más distintivos (junto al rugby, qué duda cabe) de Sudáfrica.
Un panel de vidrio permitía observar la tele desde la bañera, mientras que el audio llegaba a través de un parlante instalado en la sala de baño, por lo que no tuve inconvenientes en combinar ambos placeres.
Para cuando me instalé, India ya había logrado 350 tantos, pero al menos Bangladesh había salido de zapatero e intentaba dar vuelta el partido. Poco a poco fui entendiendo el juego. Con cierta reminiscencia al béisbol, hay entradas, outs y los jugadores deben batear lejos, pero resulta que en primer lugar (y por sorteo) un equipo debe anotar todas las corridas posibles y recién cuando éste finaliza es el turno del otro.
Por más fuerza que hice por los bangladesíes (incluso traicionando el estilo de la habitación en que me encontraba) no llegaron a concretar la milagrosa remontada y solo lograron 283 corridas.
Habría que ahogar las penas en la tarta tibia de manzana rociada con canela que me había llegado bajo una campana transparente y empezar a pensar en qué almohada seleccionaría del amplio menú disponible.
Al día siguiente decidí regalarme la camiseta oficial de la Selección Sudafricana de Cricket, también conocida como Las Proteas, en honor a la flor nacional. El representativo sudafricano era uno de los favoritos a llevarse esta edición de la Copa del Mundo, especialmente luego de ganar su grupo, pero… Parece que Las Proteas tienen fama de achicarse en instancias decisivas (nunca ganaron un Mundial y han sido eliminadas de inverosímiles maneras) y este caso no fue la excepción, al perder en cuartos de final contra Nueva Zelanda, el peor clasificado del otro grupo.
Por suerte, de vuelta en Argentina, he utilizado la susodicha camiseta en varias ocasiones y todavía no me he cruzado a nadie en la calle que me señale al grito de ¡Pechofríooo!

TODOS A LA MESA.
Tras el desayuno sobre la peatonal lindera al Taj Cape Town, pasó a buscarnos nuestro guía Brian, quien en su segundo día de llamativas zapatillas debió admitir su debilidad por las All-Star combinadas con cordones de colores brillantes.
El destino era la mole maciza que ya habíamos podido apreciar desde varios ángulos de la ciudad: Table Mountain. Antes de acceder a ella, Brian nos hizo notar una fila de tres edificios cilíndricos construidos en las laderas de la montaña: “Son muy criticados porque se erigieron antirreglamentariamente y obstruyen la vista. Se los suele llamar ‘Sal, Pimienta y Vinagre’ o, vulgarmente, las Torres Tampón”.
Table Mountain, que debe su nombre a su cima achatada, se formó geológicamente hace 600 millones de años, el mismo tiempo que esperó para ser designada como una de las Nuevas 7 Maravillas del Mundo Natural.
La manera más práctica de subir a este ícono nacional, hoy convertido en área protegida por su flora y fauna, es a través del teleférico, cuyo piso irá rotando para que los pasajeros puedan disfrutar de un panorama de 360º mientras se trasladan. La cabina recorre en un santiamén los 1.200 m. que separan la base de la elevación.
Arriba es el momento de desplegar los equipos fotográficos, porque desde aquí se obtienen los mejores planos de Lion’s Head (otra formidable formación geológica), la ciudad y su costa, el estadio mundialista y, un poco más allá, Robben Island, en cuya cárcel Nelson Mandela comenzó a forjar el destino de una nación sin apartheid.


EL ANIMAL MENOS PENSADO.
A continuación, la combi de excursión se dirigió a la afueras de Ciudad del Cabo, por la denominada Ruta Panorámica, que une espectaculares paisajes costeros (reminiscentes a destinos tan diversos como el sur argentino, pueblitos sobre el Mediterráneo o el mismo Miami) a través de carreteras en impecable estado.
Sin uno piensa en animales en Sudáfrica, viene a la mente una calurosa sabana poblada de leones, elefantes y antílopes. Cuál no sería la sorpresa entonces, cuando camino a Cape of Good Hope (Cabo de Buena Esperanza), el extremo suroccidental de la región, recalamos en Simon’s Town para ver la llegada de los pingüinos. Simplemente hubo que caminar hasta el final de una calle, cruzar una tranquera (sin restricciones ni garitas de entrada) y allí estaban las bandadas, retozando sobre la bahía de roca y granito. Así, esta especie en particular –pingüino del Cabo o africano, la única que llega al continente– se convirtió en objeto del safari fotográfico menos pensado.
En esta misma zona se pueden realizar avistamientos de ballenas durante agosto y septiembre.

EL FIN.
Nuevamente sobre el asfalto, de súbito una pareja de monos babuinos bajó de las montañas para correr por el carril derecho. “No son peligrosos, pero si se acercan hay que cuidar las carteras y mochilas”, comentó el guía. Obviamente no queríamos lidiar con primates manolargas.
Además de cuantiosas especies de animales y plantas, la Reserva Natural de Cape of Good Hope alberga un funicular que llega hasta el faro de Cape Point. Si bien muchos aseguran que a sus orillas se unen los océanos Atlántico e Índico, en realidad en este punto chocan dos contrastantes corrientes (la fría de Benguela y la cálida de Agulhas). No es menos cierto que de cualquier manera vale la pena acceder hasta este precipicio, el vértice de un fin del mundo, o quizás del principio de Sudáfrica, para disfrutar del panorama.
En Table Mountain ya nos habíamos cruzado con el mismo grupo de argentinas que a nuestro lado miraban la lontananza de las aguas oceánicas. Se trataba de jóvenes jugadoras de hockey sobre césped que estaban de gira, algo que no debe sorprender, ya que es frecuente que equipos de este deporte o de rugby lleguen a Sudáfrica para entrenarse, mejorar aptitudes y, de paso, conocer el destino.
Con el dato previamente chequeado y las garras afiladas, el león de nuestro grupo se abalanzó sobre estas cachorras de Leonas:
-“¡Hola chicas!”.
-“¡Hola!”.
-“Ustedes son de Bellavista, ¿no?”
-“¡Sí! ¿¡Cómo sabíasss!?”
-“Elemental: porque desde aquí hay una vista… ¡y ustedes son muy bellas!”.
Las jóvenes no pudieron más que sonreír ante la ocurrencia del Richard Gere argentino… Allí, en el país donde habitan las fieras más salvajes, confirmábamos que el hombre sigue siendo el principal predador.

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