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Experiencias

Cayman Islands: Caribe al más alto nivel

Las tres islas hermanas -Grand Cayman, Cayman Brac y Little Cayman- despliegan todo el encanto del Caribe profundo. Pero tienen mucho más para ofrecer tanto en sitios naturales, fauna y entretenimiento, como en propuestas al más alto nivel que apuntan a un público selecto.  

Por unos días sentí que pertenecía a la alta alcurnia por haber accedido a lujos que en lo cotidiano son inalcanzables para mí: viajé al Caribe profundo, Grand Cayman, donde saboreé las mieles de un 5 estrellas, navegué por las aguas turquesas en un moderno yate privado, obtuve una perspectiva diferente del paisaje circundante desde un helicóptero, visité joyerías -aunque no me animé a comprar ninguna joya- y disfruté de una gastronomía digna de paladares exigentes.
Hice todo eso pero, a decir verdad, fue porque me invitaron a un viaje de prensa en el que tuve el privilegio de visitar un destino que apunta a un público selecto, amante del buen vivir, que escapa de los lugares masivos y aprecia la calidad del servicio. Sin embargo, allí todos los turistas cultivan el bajo perfil y no hay derroche de riqueza -o por lo menos no está a la vista, como tampoco lo están los bancos, aunque haya unos 600, ni ninguna prueba firme de que las islas son un paraíso fiscal-.
Lo que sí está claro es que el nivel de vida de los habitantes es elevado gracias a los sueldos, pero fundamentalmente al hecho de que no deben pagar impuestos por sus salarios. Todo eso contribuye a que la atmósfera general sea casi perfecta y responda muy bien a la acepción de "paraíso".

A MODO DE PRESENTACION. 
Llegué a Cayman Islands vía Miami en un vuelo de menos de una hora -dependiendo del momento del año también se puede arribar vía Panamá-. Este pequeño territorio británico de ultramar -que conserva algunos trazos de la cultura de la Reina, como que se maneja por la izquierda o que se habla inglés-, se localiza al noroeste de Jamaica y al sur de Cuba. Está formado por Grand Cayman, la isla principal, más desarrollada turísticamente y donde se encuentra el aeropuerto internacional; Cayman Brac, con una geografía intrépida de ascensos y descensos, peñascos, cascadas y cuevas; y Little Cayman, con un puñado de playas apartadas y sosegadas. A estas dos últimas se llega en excursiones, a bordo de aviones pequeños, ya que están ubicadas a 100 km. de Grand Cayman.

No tuve el gusto de conocer a las "gemelas" -Cayman Brac y Little Cayman- porque Grand Cayman tiene mucho para ofrecer, lo que significa que ya tengo una buena excusa para volver. Grand Cayman no es sol y playa únicamente, sino que cuenta con sitios históricos, paseos de lo más variados, museos interesantes, rutas naturales, excelentes restaurantes y abundante vida nocturna.
Las tres islas conservan cierto aire cosmopolita, producto de estar habitadas por 50 mil personas que desembarcaron de diferentes partes del orbe. Las restantes 10 mil son locales auténticos. Y el denominador común es la amabilidad, la vocación de servicio y la posibilidad de hacerse entender en español, ya que la mayoría son bilingües.

A STINGRAY CITY EN YATE PRIVADO.
Atardece en Grand Cayman. Nuevamente me siento en una burbuja donde todo aparenta felicidad. Estoy en Camana Bay, una especie de barrio privado -aunque puede ingresar cualquiera- con tiendas de moda, restaurantes de autor, departamentos para privilegiados, juegos para niños y propuestas de esparcimiento para adultos. Reina una atmósfera del "buen vivir" muy al estilo del Nordelta local, pero con clima caribeño. Calles ordenadas y tranquilas, plazas con fuentes, árboles y plantas, esculturas, bulevares... en fin, un buen programa para ir después de la playa, ya que se localiza a pasos de la famosa Seven Mile Beach, que es donde se levanta la mayoría de los hoteles.

Mientras disfruto del entorno, espero al yate privado que me pasará a buscar para ir a uno de los sitios más afamados de la isla: Stingray City. Claro que también se puede llegar en excursiones más masivas. En mi caso rentamos el barco Calypso con capitán y todo a US$ 1.200 -incluido obviamente en la invitación-. Mar adentro y con la brisa caribeña golpeando mi rostro, saboreé un fruit punch y me dejé cautivar por un paisaje único que se despliega al noroeste de la isla, en una bahía. Tras 15 minutos de navegación, llegué a destino: léase, al medio del mar. Allí existe un banco de arena de un metro y medio de profundidad. La costa a esa altura es casi imperceptible. Pero lo que se puede ver claramente son las "jaurías" de rayas que se acercan a los barcos.
Había leído que se trataba de una especie peligrosa, reacia a tomar contacto con los humanos y solitaria en su carácter. Sin embargo, aquí son definitivamente diferentes: inofensivas, sociables y amigables. Sucede que estas rayas están acostumbradas a la visita de los turistas. El cambio de carácter se inició hace unas décadas atrás, cuando los pescadores solían limpiar en ese lugar sus frutos marinos y pescados, cuyos restos devoraban las rayas. Así se hacían el gran banquete. Pronto comenzaron a asociar el ruido de los motores con comida.
Descendí del barco y enseguida me rodearon tres, cuatro, seis de ellas que como mi perro Tyson buscaban con frenesí su tentempié. Me acariciaban con sus cuerpos suaves, pero enormes -las hembras son tres veces más grandes que los machos y pueden pesar 90 kilos-. Sujeto un calamar en mi mano que pongo en forma de cucurucho y ellas se hacen de su presa absorbiendo el bocado. Por la claridad del agua veo que vienen más. Ya es hora de irse. Pero antes, a cumplir con una cábala: hay que animarse a besar este animal porque vienen siete años de buena suerte.
En el yate disfruto de más sándwiches, snacks y frutas antes de una nueva inmersión, esta vez para hacer esnórquel cerca del jardín de corales. El último punto de esta travesía, que se extiende por tres horas, es Starfish Point, morada de las estrellas de mar y a donde también se puede llegar en vehículo.
Regresamos por una especie de red de canales y el paisaje vira hacia lo selvático, jalonado por manglares de arbustos bien tupidos en cuyas cimas se asolean iguanas verdes. Juntan energía porque a la noche nadan hacia la otra orilla en busca de comida, regresando al amanecer para "tomar sol". Los manglares son perfectos para hacerle frente a los huracanes y contribuyen a mantener el agua limpia. Existe la posibilidad de tomar una excursión aparte, adentrarse por estos cursos de agua en canoa o animarse al esnórquel para descubrir el escenario que se exhibe por la noche, cuando las hojas brillan convirtiendo al lugar en una bahía bioluminiscente.

COLORES TROPICALES.
Si hay algo que caracteriza a Grand Cayman es que fue bendecida por la naturaleza. Así, las iguanas que vi por cientos en los manglares, las volveré a descubrir por varios caminos internos de la isla. En Queen Elizabeth II Botanic Park las hay descansando en los senderos, impertérritas, como durmiendo una plácida siesta. Al principio parecen desafiantes con sus más de dos metros, pero luego uno se da cuenta que son inofensivas.
Sin embargo, las protagonistas del lugar son las llamadas iguanas azules. De hecho, existe un área denominada Blue Iguana Sanctuary que protege esta especie que está en peligro de extinción. Se puede tomar un guía para adentrarse en este fascinante mundo o salir al encuentro de ellas como yo que me topé con una pequeña, de unos 15 cm., nacida hace menos de un año atrás.
En cuanto al botánico, hay más de 100 especies de palmeras, plantas medicinales, árboles frutales y flores. Un verdadero jardín tropical donde los colores son luminosos y brillantes, y las formas de la naturaleza son inverosímiles para quien no habita estos lares. Un paseo atractivo, recomendado para el final del día: el lugar abre de 9 a 17.30 (horario que puede cambiar dependiendo de la temporada).

ENCUENTRO CON LAS TORTUGAS.
Soy habitante de la gran ciudad, así que cuando viajo aprovecho para estar en contacto con el mundo natural que está lejos de mi cotidianidad. Y Grand Cayman siguió regalándome momentos sublimes en ese aspecto. The Cayman Turtle Farm fue la oportunidad para estar frente a las tortugas marinas, de todos los tamaños y de varias especies. El lugar, muy bien ambientado y con varias propuestas para grandes y chicos, fue fundado en 1968 con la intención de proteger a los quelonios verdes marinos. Desde entonces fueron devueltos a su hábitat natural más de 30 mil.

Dicen que la tortuga es una de las especies más antiguas del mundo animal. Por momentos parece una criatura prehistórica que supo luchar contra todas las adversidades que le impusieron el tiempo, los años y la vida. Hasta da la sensación de ser casi milagrosa, sobre todo si se tiene en cuenta que solo el 1% de las tortugas que nacen llegan a la adultez. El predio cuenta con su área de "nursery" donde están los huevos enterrados en la arena y que pronto emprenderán el arduo trabajo de salir a la superficie, demorando 12 días hasta llegar al mar. Todo eso está a la vista del visitante, pero hay que saber que de mayo a octubre es la época de los nacimientos.
En el otro extremo están los quelonios adultos que llegan a pesar unos 240 kg. y que nadan libremente en un gran estanque. Es la hora del almuerzo, así que veo como se amontonan en busca de su ración. Sacan la cabeza y respiran fuerte, una posa frente a mi cámara de fotos quizás previendo que le voy a dar comida.
También hay piscinas más pequeñas que clasifican por edad a estos ejemplares. Incluso las más jóvenes pueden agarrarse, aunque teniendo cuidado porque luchan con sus aletas por escapar. Para los que se animan está la posibilidad de sumergirse, nadar y estar en contacto con ellas. Dicho estanque consta de un vidrio que separa otro espacio donde se encuentran tiburones y barracudas. De manera que uno vive una sensación bastante particular porque se puede topar cara a cara -literalmente- con uno de estos predadores. Además, existen senderos y puentes para no perderse este gran espectáculo.
El paseo culmina con una visita al aviario, morada del papagayo, el ave nacional; o el Scarlet Ibis, bello por su colorido casi fluorescente. Hay muchos más ejemplares, además de árboles y plantas tropicales. Es interesante, por último, pasar a la sala de proyección para conocer algo más de todas las especies vistas.
Así como con las iguanas, en el camino de vuelta al hotel me encontré con una escena casual, donde la naturaleza se mostró auténtica. A unos 10 m. de la costa avizoré una pareja de tortugas copulando. Shirley, la guía, me cuenta muchas más anécdotas de los quelonios, como que de adultos suelen retornar al mismo lugar donde nacieron, que hay especies que tienen las mandíbulas tan fuertes que son capaces de romper un caracol y que hay algunas que son bastantes agresivas.

DESANDANDO LA ISLA
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Shirley ofrece tours por la isla con la empresa Cayman Safari Adventure Tour a bordo de un jeep descubierto en la parte de atrás, donde se sientan los turistas. Hay un sinnúmero de itinerarios posibles y es una buena forma para conocer los principales sitios de interés. Ella me mostró algunas mansiones como la valuada en US$ 68 millones que tiene 11 habitaciones, pero también me dijo que hay opciones más económicas a US$ 700 mil, una ganga. Muchas se levantan en la zona de Boggy Sand Road, donde también es posible conocer las construcciones más tradicionales, de madera, colores pasteles y jardines de arena, porque aunque suene paradójico en esta isla prima el escenario rocoso.

Pedro St. James es una vivienda histórica que también vale la pena conocer. Data de 1780, aunque fue reconstruida luego de un incendio y de varios huracanes en su haber, fue utilizada como juzgado, cárcel y como sitio de reunión cuando en 1831 se decidió elegir representantes para crear leyes locales. Y ahí también se declaró la emancipación de los esclavos de las colonias. Además del trasfondo histórico es impagable la vista de este lugar sobre el mar Caribe.
Subiendo las escaleras, escudriño por una rendija y descubro un cangrejo que parecía no tener vida. Sin embargo, Shirley lo toma y despliega sus enormes pinzas azules. Me cuenta que cuando los cangrejos suben significa que están escapando de las tormentas, buscando un lugar más seguro para refugiarse. Y era cierto, los días anteriores había llovido.

SEVEN MILE BEACH. 

Un párrafo aparte para las playas: hay muchas, algunas solitarias, otras populares, anchas y angostas, con oleaje o tipo piscinas. Pero la más famosa es Seven Mile Beach, en la costa oeste, y donde se levanta la mayoría de los hoteles. A pesar de la agenda ajustada del viaje de prensa me hice de tiempo para disfrutarla.
Fui por la mañana, cuando todo era calmo y el sol apenas entibiaba la arena. Por la tarde, antes de salir a cenar, me senté a mirar el mar. Y al mediodía, tomé una máscara de esnórquel y me zambullí a unos metros de la costa para descubrir el mundo submarino. Frente al hotel -el Marriott- existe una barrera de coral donde uno puede "pasear" y pispear lo que sucede entre la flora marina.
Con Shirley visitamos otras áreas, como la que se extiende frente al restaurante Luca -un imperdible para el brunch de los domingos-, que es amplia y sin gente. También está la que se encuentra frente a la casa del gobernador, donde un cartel pide no poner música fuerte para solo escuchar la naturaleza del lugar. Pero lo ideal es salir a buscar la que más le gusta a uno.

Lo mismo sucede con los sitios de buceo. Grand Cayman se promociona como la meca para los buceadores, donde es posible practicar esta actividad en 365 sitios, o sea, uno para cada día del año. Y si uno no se anima es recomendable tomar el paseo en submarino -Atlantis- para descubrir peces tropicales, rayas, tortugas y corales.

 

MOVIDA NOCTURNA Y SABORES DEL MUNDO.
Después de un largo día de recorrido, vuelvo a sentirme una reina cuando llego al hotel y me encuentro con un plato de quesos, uvas y vinos. Me relajo, los disfruto y elijo la clase de masajes que tomaré: quizás uno contra el jet lag o el relajante. Miro por la ventana de mi habitación y veo la pareja de americanos que se está tomando fotos en el día de su casamiento, algo sumamente usual en este lugar.
Ya es hora de salir a cenar. La gastronomía es otro de los puntos fuertes del destino: de gran calidad y variedad de cocinas del mundo. Para los que se inclinen por algo informal Royal Palms es similar a un parador de playa local, para comer en la arena. Pedí pescado para no desentonar con el entorno, y fue excepcional.
Un concepto similar es el que propone el restaurante Calypso, aunque prima un ambiente más formal e íntimo, donde se come a la luz de las velas y en una terraza que da al mar. Allí me tenté con la langosta y con el sticky toffee pudding, un plato recomendado de la casa, imposible de explicar con palabras.
Para algo más clásico está Blue Cilantro, donde saboreé uno de los mejores postres: pastel de limón con granita de tequila y merengue italiano.
Una perlita para la hora del almuerzo: Vivene´s, un restaurante de comida local bien sencillo, pero donde se puede disfrutar de delicias autóctonas con una vista privilegiada del Caribe. A precios módicos, opté por pescado con arroz con porotos negros y banana frita. De postre, otro clásico que también vale la pena llevar como souvenir: rhum cake, es decir, un bizcochuelo de vainilla embebido con unas gotas de alcohol.
Aunque prefiero terminar el día con una cena hay varias opciones de paseos nocturnos en barco con bebidas libre y música incluida, saliendo desde George Town, la capital. Antes de regresar a Buenos Aires doy un paseo por esta pequeña urbe, donde prevalecen las tiendas de lujo y las pintorescas construcciones.

TIPS DEL VIAJERO

Cómo llegar: vía Miami o en ciertas épocas del año, dependiendo de la temporada, vía Panamá.
Idioma: inglés, pero todo el mundo también habla español.
Época para viajar: lo ideal es de diciembre a mayo.
Alojamiento: el Marriott Grand Cayman Beach Resort es una excelente opción. Es un 5 estrellas con actividades y bien ubicado. Hay que tener en cuenta que en ciertas épocas del año la playa se angosta. En general los hoteles son de categoría, no ofrecen all-inclusive y no hay más de 20. Hay muchos condominios.
Restaurantes: hay unos 150.
Combinación: las Cayman son ideales para combinar con Miami por su cercanía y variedad de opciones.
Transporte: como es una isla que tiene mucho para conocer, lo aconsejable es alquilar un auto, teniendo en cuenta que se maneja por la izquierda. También hay excursiones y minibuses blancos muy económicos (unos US$ 2,5) que ofrecen ocho rutas.
Moneda: cayman dollar. Aunque uno se puede manejar con dólares americanos.
Excursiones: hay mucho más para hacer como paseos en helicóptero, nado con delfines, trekking al interior de la isla en el sendero Mastic Trail y conocer el Cayman Motor Museum, entre otros.
Informes: Oficina de Turismo Islas Caimán en Argentina: Network Representations: 5272 9927/www.caymanislands.ky o www.divecayman.ky.

 

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