Para las personas de origen judío Polonia no es un destino más en el mapa turístico. No lo es para ninguno que haya sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial. Ni siquiera para los descendientes que escucharon alguna vez los desgarradores testimonios de quienes sufrieron los embates de aquellos tiempos. Polonia fue escenario, testigo y protagonista de una contienda que marcó un antes y un después en esta era. Pero, además, fue el hogar de los judíos durante muchos años, ya que desde la Edad Media floreció una comunidad que para la época de la guerra contaba con 3 millones de almas –uno de cada tres habitantes era de origen judío–. Por eso, este viaje por Polonia tiene dos objetivos: buscar los rastros del sufrimiento y el horror impuestos por el régimen nazi, pero también ir al encuentro de nuestras raíces –la de muchos judíos que tenemos antepasados polacos–.
VARSOVIA: LO BELLO Y LO TRISTE.
La capital, Varsovia, en el centro del país, muestra su mejor semblante en una primera visita panorámica: verde y moderna, con espacios públicos amplios y gratos, veredas limpias y edificios de líneas sencillas y estilo marcadamente socialista. Si azuzamos un poco más la mirada, encontramos sitios muy bellos, como los jardines reales de Lazienki, un espacio natural de 76 ha. en pleno centro de la ciudad. Allí también se levantan tesoros históricos de importancia como el Palacio de la Isla, la Casa Blanca u Old Orangery.
Como todos los centros históricos del Viejo Continente, el de Varsovia es igualmente pintoresco, perfecto para ser fotografiado, para desandarlo y admirar sus construcciones de antaño. Sin embargo, la verdad es otra: en realidad la ciudad fue destruida en un 85% durante la guerra, por lo cual lo que se ve es una reconstrucción casi perfecta de la original. Esto le valió el galardón de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Para diferenciar la copia de lo auténtico, vale la pena visitar el Museo Histórico de Varsovia, donde se puede descubrir cómo era la urbe antes y después de la guerra.
En cambio nada queda de lo que fue el gueto de Varsovia: tan solo una esquina sin restaurar que recuerda que este lugar fue el más grande de Europa establecido por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, donde convivían el hambre, las enfermedades y la desesperación de la gente antes de su deportación a los campos de concentración. Borraron los vestigios del horror, pero quedaron los recuerdos de la lucha, cuando en 1943 se organizó el levantamiento del gueto por parte de los judíos, que inspiró otros alzamientos contra el régimen. Entonces en memoria de los héroes que se amotinaron se construyó un monumento que puede visitarse.
A pesar de la deliberada intención por hacer desaparecer a Polonia del mapa, siempre quedan resquicios en los que se pueden rastrear historias, personas y vivencias. El cementerio judío es uno de esos lugares que la guerra quiso esfumar, pero no lo logró. Fundado en 1806, permaneció en el interior del gueto.
Cerca de allí se levanta el monumento a Janusz Korczak, otra historia, otro nombre que cruzó las fronteras por su valentía y sensibilidad. Médico judío muy reconocido, dedicó su vida a la educación, fundando un orfanato. Cuando estalló la guerra siguió funcionando como tal dentro del gueto. Por su reputación en la sociedad polaca, Korczak fue exhortado a evitar la muerte y a no ser deportado. A pesar de ello, decidió acompañar a sus niños en los trenes y recorrió junto a ellos el trayecto hacia el fin. Actualmente es posible visitar el orfanato aún en pie.
LA VIDA EN COMUNIDAD Y LO QUE VINO DESPUES.
Visitar Tykocin es viajar hacia los tiempos de nuestros antepasados y conocer la vida comunitaria que se desarrolló a partir del siglo XVII. El poblado, ubicado al noreste de Varsovia, reúne un puñado de casas de madera que subsisten como fieles testigos de antaño, cuando constituía un centro cultural importante para la vida judía. De hecho, allí se levanta una de las sinagogas más grandes, construida en 1642, de estilo barroco. Si bien su interior fue destruido durante la guerra, sus cimientos se mantuvieron en pie y hoy funciona como museo. De aquellos años aciagos también data el recuerdo del pogrom de Tykocin, cuando en 1941 los judíos fueron reunidos en la plaza principal para ser ejecutados por los nazis.
En las páginas oscuras se inscriben los bosques de Lupojova, un lugar apartado donde los ejércitos nazis fusilaron a 2.000 habitantes del pueblo y los enterraron en fosas comunes. De eso no queda nada, solo un paisaje sombrío. Muy cerca –se hace en la misma excursión de día completo– se encuentra Treblinka, campo de exterminio que funcionó en 1942 y 1943, situado a 100 km. de Varsovia. Como con Lupojova, quedan pocas huellas de este lugar, que fue nivelado, arado y plantado para borrar toda evidencia. Solo permanece un monumento con piedras y nombres que recuerdan lo ocurrido.
Otro viaje ahora hacia Lublin –a 161 km. de Varsovia– y un nuevo encuentro con la Polonia antigua, cuando era morada de una activa comunidad judía. Por su imponente edificio, la Yeshivá de los Sabios brinda un claro ejemplo de la trascendencia de la colectividad en la vida local. En la época anterior a la guerra funcionaba como escuela rabínica y enseñanza religiosa. Actualmente, y luego de su reconstrucción, devino en un museo donde es posible realizar un viaje hacia el pasado.
Pero en pocos kilómetros ese panorama de luz y vida cambia radicalmente por uno más lúgubre: Majdanek, un campo de concentración y exterminio situado muy cerca de la ciudad de Lublin. A diferencia de Treblinka, aquí el horror se hace más palpable pues mucho queda en pie. Las 100 mil personas que fueron asesinadas en este lugar adquieren otra dimensión. La imaginación del visitante despierta y la realidad irrumpe con toda su contundencia cuando descubre las barracas donde vivía hacinada la gente, sus pertenencias, las cámaras de gas y los hornos crematorios. Todo permanece tal cual debido a que la llegada de los soviéticos fue sorpresiva, por lo que los nazis no tuvieron tiempo de borrar esta parte de la historia.
AUSCHWITZ-BIRKENAU: UNA MARCHA POR LA VIDA.
Los 3 km. que separan Auschwitz de Birkenau –a 60 km. de Cracovia– se denominaban marcha de la muerte: por allí transitaba un tren que transportaba a los prisioneros hacia el final de sus vidas. Hoy los visitantes resignificaron ese trayecto como “Marcha por la Vida”: se trata de un programa especial que se realiza cada año para el Día del Holocausto –generalmente en abril–. Aunque uno no participe de la misma puede experimentar dando algunos pasos lo que sentían los habitantes de los campos.
Declarado Patrimonio de la Humanidad, este lugar fue el mayor campo de exterminio de los nazis, donde 1,5 millón de personas perdieron la vida por hambre, torturas, experimentos y asesinatos. Creado en 1940, Auschwitz I constituye otra puerta abierta hacia el dolor de antaño. Actualmente existe un museo, pero aún perduran las cercas de alambre de púas, las torres de guarda, las horcas, las cámaras de gas y los crematorios.
Dos años más tarde, en 1942, Birkenau se instituyó como el principal centro de exterminio. Hoy solo quedan algunas barracas y un monumento en homenaje a los mártires del nazismo.
CRACOVIA: POSTAL PERFECTA.
Dejando atrás los días grises, Cracovia invita a conocer una de las partes más bellas de Polonia que pudo subsistir sin heridas a la guerra. Lo demuestra su casco antiguo, declarado Patrimonio Mundial, un conjunto de construcciones de arquitectura medieval y renacentista que se presentan como una perfecta postal.
Como en el resto de Polonia, Cracovia también tiene un pasado ligado a la comunidad judía, que se pone de manifiesto en el barrio judío de Kazimierz, la calle Szeroka, en la que hasta hoy se pueden visitar la sinagoga, el cementerio Remuh y el templo Isaac. Al igual que en Varsovia, Cracovia tuvo su gueto, del que actualmente subsisten algunos de los cimientos de sus murallas. Y como en la mayoría de los lugares, aquí hubo resistencia y ayuda por parte del pueblo polaco. Un buen epílogo para un viaje conmovedor es quedarse con la imagen de lucha, a pesar de las circunstancias adversas, y de solidaridad de la población polaca. Ejemplos claros son los de la fábrica de Oskar Schindler, un industrial que salvó a 1.200 judíos; y la farmacia de Thadeus Pankiewicz, el único no judío que habitaba en el gueto, quien suministró comida, medicamentos e información, y protegió a los judíos en su intento de organización de la resistencia.
Polonia: un encuentro con las raíces judías
LA CULTURA JUDIA COMO PARTE DE LA POLACA.
*Por Joanna Zawadzka, guía de turismo en Polonia
Mi abuela que vivió en Gora Kalwaria, un pueblo sobre el río Vistula, a 25 km. de Varsovia, siempre me decía que allí convivían dos culturas: la polaca y la judía. Hoy en día creo que los judíos a lo largo de los años han creado parte de nuestra cultura polaca. Por eso quienes visiten nuestro país encontrarán en cada casa, rincón, esquina, una historia muy ligada a la cultura judía.
Cómo llegar: las principales compañías europeas que vuelan a Buenos Aires (Iberia, Air France, British, Lufthansa, Alitalia, KLM) conectan con Varsovia.
Alojamiento: la oferta de alojamiento en Polonia es muy diversa. Más de medio millón de plazas esperan al viajero. Hoteles de cadenas internacionales funcionan en las ciudades principales. Junto a los hoteles modernos existen también pequeños hostales situados en casas antiguas que muchas veces tienen más de 600 años.
Transporte ferroviario: es una de las mejores maneras de recorrer el destino, ya que los trenes unen las ciudades turísticas. En su oferta se encuentran conexiones express (Intercity), rápidos y ordinarios.
Informes: www.polonia.travel.
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