Como toda gran ciudad, Roma plantea –más que un problema– una encrucijada: ¿por dónde empezar?
Primera vez en Roma
Ante esta situación y si es la primera vez que viaja a la capital italiana, desde Revista Viajando proponemos iniciar el recorrido por los íconos más famosos: el Coliseo y Foro Romano.
El Coliseo. Apenas se arriba, la pared externa más alta de la edificación provoca verdadero asombro. Es que el Coliseo es realmente imponente, una de las construcciones más espectaculares de la Antigüedad. De planta elíptica, tiene una altura máxima de 57 m. y llegó a albergar hasta 50 mil espectadores.
En su época fue utilizado para la lucha de gladiadores, combates entre fieras y hasta se lo podía inundar para realizar batallas navales. El suelo estaba cubierto de arena para que los combatientes resbalaran y para absorber la sangre derramada. Su exterior ostenta arcos de medio punto flanqueados por columnas que –de abajo hacia arriba– representan los órdenes dórico, jónico y corintio.
El Coliseo se usó durante casi 500 años, desde su construcción en el siglo I d. de C. En su período de esplendor estaba cubierto de travertino, sujetado con 300 toneladas de grampas de hierro que siglos más tarde fueron arrancadas (de ahí los agujeros que hoy se observan). Podría haber sido desmantelado aún más, de no ser por la medida adoptada por el papa Benedicto XIV, que en 1749 lo convirtió en santuario en homenaje a los cristianos allí martirizados. Más adelante, en 1980, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, además de una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno.
Dejando el Coliseo, vale detenerse unos minutos para contemplar el arco de Constantino, inaugurado en 315 para celebrar la victoria del emperador sobre Majencio y compuesto de tres bellas aberturas adornadas con relieves y estatuas.
Foro Romano. Hay que ingresar por la entrada principal, situada sobre la avenida de los Foros Imperiales, y desde allí avanzar por la Vía Sacra hasta la salida del arco de Tito, recorrido durante el cual se podrá apreciar el arco de Septimio Severo, los templos de Saturno y de Vesta, y la basílica de Majencio.
Monte Palatino. Finalmente, se puede ascender a pie al monte Palatino –la más céntrica de las siete colinas de Roma, de 50 m. de altura– donde se dice que la legendaria loba amamantó a los gemelos Rómulo y Remo. Además de conocer las ruinas que conserva, permite disfrutar de magníficas panorámicas.
Fontana di Trevi. Si de íconos se trata, la Fontana di Trevi lo es por excelencia. Construida en el siglo XVIII por el arquitecto Nicola Salvi que, desconocido por entonces sorprendió con esta magnífica obra, atrae a miles de turistas cada día del año. Inaugurada en 1761, está ubicada en una estrecha plaza con gradas que permanecen llenas a toda hora de gente contemplando la belleza suprema de esta famosa fuente.
De estilo barroco, y adosada sobre la fachada del Palacio Poli, representa a Neptuno, dios del mar, domando las aguas.
Y por supuesto, una vez allí, hay que cumplir con la tradición de arrojar una moneda de espaldas y así “asegurarse el regreso a Roma”.
Además de la clásica visita diurna, también es aconsejable acercarse al monumento de noche, cuando cobra un aura especial con su sobria iluminación.
Piazza Navona. Otro atrayente sitio es la hermosísima Piazza Navona, plena de expresiones artísticas y arquitectónicas. En su centro se alza la magnífica fuente de los Cuatro Ríos, cuyo basamento –obra de Bernini– sostiene a los genios fluviales que encarnan a los ríos de la Plata, Ganges, Nilo y Danubio –los cuatro grandes conocidos por entonces– y a un obelisco egipcio.
Asimismo, la plaza atesora en sus extremos otras dos fuentes: la del Moro y la de Neptuno, ambas de la escuela berninesca.
El amplio espacio está rodeado por palacios del siglo XVII, destacándose la iglesia de Santa Inés (Santa Agnese) y el Palacio Pamphili, actual Embajada de Brasil. En las cercanías se encuentra el Palacio Farnese, la mayor expresión del renacimiento florentino en Roma, sede de la Embajada de Francia.
El Panteón. El famoso Panteón es el edificio de la Roma Antigua que se encuentra mejor conservado. Construido en el año 27 a. de C, fue originalmente un templo consagrado a las siete divinidades celestes de la mitología romana: el Sol, la Luna y los cinco planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Posteriormente, en 609, fue convertido en iglesia cristiana.
El monumental frontis está sostenido por 16 columnas monolíticas de granito y las puertas de bronce son las originales. En su interior alberga las tumbas de Rafael, y la de los reyes italianos Humberto I y Víctor Manuel I.
Pero la principal característica del edificio es su cúpula gigante de casetones, que decrecen en tamaño hacia el centro, donde está perforada por un óculo de 9 m. de diámetro. Es como una ventana abierta, por la que entra luz e, incluso, la lluvia, razón por la cual el piso tiene desagües. Esta abertura fue pensada para una función práctica –iluminar– y a la vez espiritual, al permitir contemplar el cielo desde el interior.
El Vaticano. Por supuesto, la visita a Roma impone conocer el Vaticano. Allí, la famosa plaza de San Pedro es la obra más importante de Bernini como arquitecto. Está enmarcada por 244 columnas de travertino, alineadas en cuatro filas y coronadas por 140 estatuas de santos y mártires. También hay dos fuentes realizadas por Maderno y Bernini, y en el centro se alza un obelisco de Heliópolis.
En tanto, la basílica de San Pedro es el templo más grandioso de la cristiandad, con capacidad para 20 mil fieles.
En la primera capilla de la nave sur se encuentra La Piedad, la famosa escultura de Miguel Ángel. El artista también diseñó la cúpula, que tiene 17 ventanas separadas entre sí por columnas y se alza sobre el crucero, justo encima de la tumba de San Pedro. Desde allí se obtiene una impactante vista panorámica de la ciudad.
La visita puede continuar por los Museos Vaticanos, sede de la Capilla Sixtina y un complejo museístico excepcional.
Tampoco hay que dejar de conocer la Piazza di Spagna, donde se destaca la gran escalinata que sube hasta la iglesia de Trinità dei Monti y, enfrente, la barroca Fontana della Barcaccia, de Bernini.
Monumento Nacional a Víctor Manuel II y paseo en barco por el río Tíber. Por último, dejando para una segunda visita el resto de los atractivos de la Ciudad Eterna, merece conocerse el bellísimo Monumento Nacional a Víctor Manuel II, que se encuentra en la Piazza Venezia y, si queda tiempo, y como despedida, realizar un paseo en barco por el río Tíber.
Cómo llegar: el Aeropuerto de Roma-Fiumicino, con nombre oficial Aeropuerto Internacional Leonardo da Vinci, está ubicado a 34 km. del centro histórico. En él operan las principales compañías aéreas del mundo. Dispone de un servicio de tren a la estación Términi, ubicada en el centro de la ciudad, además de servicio de buses a un precio muy conveniente. A la capital italiana también se puede llegar en tren desde las más importantes ciudades europeas.
Cómo moverse: en Roma hay 358 líneas de autobuses, seis de tranvía y una de autobús eléctrico. También puede utilizarse el metro, aunque sus paradas son muy puntuales. A la vez es posible optar por los buses del sistema Stop&Go, con audioguía en español y la posibilidad de bajar donde uno quiera, pasear y luego volver a tomarlo. Y, por supuesto, siempre será muy disfrutable realizar extensas caminatas y conocer cada rincón del destino, más allá de trasladarse de un atractivo a otro en algún medio de transporte.
Dónde alojarse: Roma cuenta con una amplia oferta de alojamiento, que incluye hoteles de todas las categorías, hostels, albergues y departamentos para alquilar. Si se tiene la posibilidad de elegir, las mejores opciones son los hoteles ubicados cerca de la Fontana di Trevi, la Plaza Navona y el Panteón.
Electricidad: el voltaje en Roma es de 230 voltios. Se utilizan tres tipos de enchufes: C, F y L.
Informes: www.turismoroma.it
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