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Mi Areco

Ciudad con aires de pueblo, San Antonio de Areco es un refugio plácido, ubicado a 113 km. de Buenos Aires, para disfrutar de una historia viva y de pequeñas delicias cotidianas. Aquí presentamos las experiencias de la periodista que se escapó un fin de semana de la gran urbe para tomar contacto con otros paisajes bonaerenses.

“En las afueras del pueblo, a unas diez cuadras de la plaza céntrica, el puente viejo tiende su arco sobre el río, uniendo las quintas al campo tranquilo”. Así debería empezar cualquier nota sobre San Antonio de Areco, igual que Don Segundo Sombra, obra máxima de Ricardo Güiraldes que inmortalizó una de las postales de esta ciudad disfrazada de pueblo a 113 km. de Buenos Aires.

Sin embargo esta no será una nota sobre Güiraldes ni Don Segundo. Será una nota sobre mi Areco. El que comenzó como un recuerdo de la infancia, de picnics junto al río y chapuzones en un espumoso diquecito rodeado de verde. El que se convirtió en una decisión irrenunciable cuando por tercera vez un viaje a la Costa Atlántica me tomó de rehén durante más de 8 horas dentro de un auto, y prometí no volver a recorrer esos 500 km. en fin de semana largo.

EL NUESTRO.

En mi Areco las bicicletas esperan a sus dueños en las veredas sin cadenas y, eventualmente, algún lugareño incluso olvida colgado del manubrio un bolso semiabierto por el que nadie teme. Las puertas nunca están cerradas, y permiten asomarse a espiar patios frescos. En nuestro Areco –el que mi familia adoptó con apasionada gratitud como refugio a las inclemencias de la capital– las plazas tienen juegos que nunca están repletos de niños y la calesita frente al río da mil vueltas por segundo. Siempre hay ferias, exhibiciones de carruajes, paisanos, caballos; hay bailes bajo las estrellas donde las parejas expectantes para dar el primer paso de la chacarera al escuchar el “adentro” son tantas que se alinean por cuadras y cuadras. En nuestro Areco los bizcochos de grasa llevan salame y se cocinan en antiguos hornos a leña, el tomate tiene gusto a tomate y la carne es más sabrosa que en ningún otro sitio.

Frente a la plaza, la parroquia de San Antonio de Padua suena sus campanas llamando a misa y recuerda sus orígenes, que se remontan a 1720: la primera capilla se levantó para cumplir una promesa al Santo, que liberó a la población de los repetidos malones que la asolaban. En los alrededores, la gente saluda y anda sin apuro; se sienta por las noches a disfrutar de vermut con picadas y a conversar con los que pasan. Hay bares en los que suena música en vinilo, pulperías y cervecerías artesanales. También hay boliches de añosas paredes de ladrillo con palenques donde los locales dejan atados sus caballos mientras beben y conversan en la vereda. Hay peñas, restaurantes de autor, parrillas frente al río, ferias en los parques. Hay increíbles talleres de platería y ateliers de artistas que no dudan en regalar un retrato esbozado a mano alzada mientras cuentan la historia de su esquina. Hay silencios de siesta y noches con sapos.

EL DE DON SEGUNDO.

El puente viejo del que habla Don Segundo sigue tendiendo su arco sobre un río que en los últimos años ha dado algunos sustos al pueblo. Allí sigue, invitando a pasar del otro lado y conocer el Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes (visitas guiadas gratuitas 11.30 y 15). Un aljibe, un palomar y un gran parque anteceden a la casona rodeada de un foso donde hay siete salas con piezas vinculadas a su obra literaria y la cultura criolla. Allí está también La Blanqueada, recreación de la centenaria pulpería que en la ficción es escenario del primer encuentro entre los protagonistas.

De ese lado del puente, de cara al río, nuestra visita diaria y obligada es El Fortín. Pudiera parecer que allí alquilan caballos –en los que gustosos montamos para dar una vuelta–, pero en realidad allí Mirta cuenta historias. Historias de vecinos que levantan un sueño en torno a vagones de tren, del pueblo y sus fiestas de escuela, historias de tropillas que atraviesan la pampa y se van, a paso tranquilo, siguiendo la huella de un camino en el que al atardecer se desangra el sol.

TIPS PARA EL VIAJERO

Cómo llegar: en auto desde Buenos Aires por Panamericana, Acceso Norte y Ruta 8, hasta el km. 113. En bus, desde Retiro, con varios horarios en un viaje que dura aproximadamente 2 horas.

Informes:www.areco.gob.ar/index.php/turismo /www.sanantoniodeareco.com.

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