La vida de Nepomuceno valía por el peso de las palabras que guardaba. Custodio del pecado, había sido elegido confesor de la reina Sofía de Baviera. Solo Nepomuceno sabía la verdad sobre la infidelidad que el rey, Wenceslao IV, sospechaba:
Praga: el brillo de la ciudad de oro
- Que hable-. Pero la lengua de Nepomuceno, lengua santa, no regateó un solo secreto. Ni por las buenas (no hubo) ni bajo tortura.
Santo el sacramento de la confesión, santo debía ser quien lo guarde. Wenceslao, temible hombre de fe, no podía juzgar por sí mismo si Nepomuceno debía morir por no confesar lo que le habían confesado.
- Que Dios lo juzgue-. Y ataron de pies y manos a Nepomuceno y lo arrastraron hasta el Puente de Carlos. Si Dios lo quiere, Dios lo salva; y lo tiraron a las aguas heladas del Moldava.
Cinco estrellas –contaban los relatos de ese día- salieron del agua e iluminaron el cielo de Praga. El cuerpo de Nepomuceno fue encontrado sin vida en las orillas del río y fue enterrado sin más herencia que un silencio y el rumor de lealtad, de martirio, que se encendía como pólvora por toda Praga. Ese verano fue el más árido que se recordase: el río llegó a secarse.
Pasaron los años y Nepomuceno ya era una leyenda canonizada por el pueblo: protector contra inundaciones, cumplidor de esperanzas. La Iglesia no se convencía.
- Que Dios lo juzgue-. Y se ordenó abrir la tumba.
Raras son las formas en las que Dios hablaba: lo único que quedó de Nepomuceno, aunque seca y renegrida, fue su lengua, que se hizo carne viva al ser examinada. Milagro y beatificación: santo del secreto, su tumba hoy reposa en la Catedral de San Vito, su lengua se atesora a 300 km. en Zelená Hora, y hoy, en el punto exacto donde lo arrojaron al río, en el Puente de Carlos, la gente lo invoca y le confiesa en silencio un deseo.
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Una breve nevada había depositado la sutil capa blanca que cubría el césped al costado de la autopista Cinovecká. La primavera de Praga demoraba en hacerse evidente y en el barrio Mala Strana, a metros del río Moldava, la gente se subía el cuello del abrigo y miraba hacia el suelo. Rodeados de turistas, dos hombres de bronce orinaban sobre una fuente que tenía la forma de República Checa. La famosa obra de David Černý, Pissing Men, confundía la bienvenida al Museo de Franz Kafka.
Las sinuosas, adoquinadas, irregulares calles que bordean el Moldava fueron fatigadas por el escritor checo hace más de cien años. Fruto de inspiración de sus cuentos, relatos cortos, novelas inconclusas y textos sueltos, el casco histórico de la ciudad se preserva como una invitación al viaje en el tiempo.
La terraza del Museo ofrecía la primera vista completa del Puente de Carlos. A la derecha, la calle levemente en bajada sugería la ruta hasta el canal del Diablo y el ingreso a la isla Kampa, que bordea el comienzo de la imponente construcción de piedra que hace 617 años une los dos lados de Praga separados por el río.
Los habitantes de la costa, cuando aún no existían las cloacas, habían desarrollado la costumbre de tirar su basura, de todo tipo, a unos pasillos que se solían dejar entre cada vivienda. Cuando los desperdicios se acumulaban, un barrendero –díficil trabajo- empujaba todo hacia el río. De estos pasajes, solo uno se conservó pintorescamente como “la calle más angosta de Praga” y, entonces, el camino que antes había arrastrado los desechos de los habitantes hasta las aguas del Moldava ahora lo caminaban los turistas para ingresar a las terrazas del Restaurante Čertovka, una de las mejores vistas del Puente. Entre 55 y 70 cm. de ancho tiene el estrecho pasaje: tuvo que desarrollarse un sistema de semáforos a cada lado del mismo para que pase una persona a la vez.
A metros, bajando por Na Kampě, se ingresa a la isla Kampa que ladea la costa de Praga. La isla fue creada artificialmente para desviar un canal del río, reducir su corriente, y poder instalar allí los molinos. De estos, queda uno que gira lentamente al ritmo del agua calma, testigo del ritual de los enamorados: cada pareja sella su amor uniendo dos candados con sus nombres a las rejas del puente y, luego, tiran la llaves al agua.
Luces y sombras: el puente de los enamorados descansa sobre el canal del Diablo. Dicen que todo empezó en los primeros años que se abrió el curso de agua; en sus costas tranquilas lavaba sus ropas la mujer más malhablada de la ciudad, las más mala, la mujer del Diablo. O así la llamaron los chicos que, una noche helada, cansados de recibir los gritos e insultos, escribieron en la puerta de la casa “esposa del Diablo”. La pintura no se borró fácil; sin quererlo bautizaron, de esta forma, un punto de referencia para la zona que, años más tarde, pondría también el nombre al canal “donde está la casa de la esposa del Diablo”, luego el canal de la esposa del Diablo, y, finalmente, el canal del Diablo; y así hasta hoy.
PANORÁMICA DE PRAGA
Con 1200 años, Praga es la capital de un país que apenas pasa el cuarto de siglo de su composición. Fue conquistadora y conquistada, epicentro de imperios y peón de la Guerra Fría; bombardeada y reconstruida, sitiada y rebelada, la ciudad se abre como un vasto libro en el que se ha escrito una parte importante de la historia de la humanidad.
Las iglesias y catedrales recortan con sus picos los techos mayormente rojizos; ciudad de oro: sólo puede apreciarse en su plenitud desde el monte de Petřín, el punto más alto. Pero no es desde su torre de observación –hermana petisa de la Torre Eiffel- que se consigue la mejor vista, sino bajando por los jardines, siguiendo los caminos de cerezos rosas y blancos, hasta llegar a ese punto en el que un asiento de piedra espera que, de entre los árboles, perdida, aparezca la luna en plena tarde, y debajo, Praga, la de las cien torres, se muestre orgullosa.
LA CIUDAD QUE ABRAZÓ A MOZART
República Checa se encuentra en el podio de los países con mayor número de ateos en el mundo. Distintos estudios y encuestas confirmaron que entre un 60 y 70% de los habitantes no cree ni practica ninguna religión. Las explicaciones a este fenómeno van desde el análisis sociológico de la personalidad checa y la medición de la herencia de treinta años de socialismo en el plano educativo. En las pizarras que se colocan en las puertas de la mayoría de las iglesias grandes y catedrales de Praga no se anuncian misas sino conciertos. Todos los días, a distintos horarios, se puede escuchar música en vivo de orquestas locales e internacionales.
Praga, inspiración de artistas, abrazó a Wolfgang Amadeus Mozart después del desprecio vienés de sus Bodas de Fígaro. Meine Prager verstehen mich (Mis praguenses me entienden) inmortalizó el compositor en el orgullo de su público, que hoy se mantiene.
En su estadía en Praga, Mozart vivió en un edificio, en la Ciudad Vieja, donde se unen las calles Skořepka, Uhelný trh y Martinská. Frente a su ventana se veía la fachada del Bar de los Dos Gatos, U Dvou koček, en donde se emborrachaba escribiendo Don Giovanni, obra que presentó a tres cuadras, en el antiguo Teatro Nacional. El bar sigue abierto al público y es el lugar ideal para comer un tradicional gulash de ternera acompañado por un porrón de Pilsner Urquell, la cerveza de Bohemia.
VOLVER
Un cuervo raya el sol del atardecer. Las treinta estatuas y esculturas proyectan una fila de largas sombras sobre el Puente de Carlos; la Torre de Pólvora, soberbia, deja pasar por su arco un flujo incesante de personas. Al oeste, distante, el Castillo de Praga ensombrecido por una ligera nube. La figura de bronce de Nepomuceno, coronada por las cinco estrellas del Moldava, observa, verdecida de óxido de bronce, a los cientos de turistas que hacen cola frente a ella. Dicen que al tocar las placas de bronce que recuerdan su martirio uno se asegura volver a visitar la ciudad. Milagro del patrono de Bohemia: los únicos puntos de la estatua de Nepomuceno donde el metal brilla -como los techos de Praga cuando cae el sol de la tarde, como el espejo del Moldava reflejando las luces de la noche- son las placas que, con la breve, sutil, constante caricia de los turistas, se mantienen vivas y ajenas al óxido del tiempo, a fuerza de millones de deseos de regreso que se fueron acumulando.
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