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Satori en Bangkok

La capital tailandesa desconcierta y fascina con sus múltiples facetas. Sonidos, colores, sabores, caos y apacibles templos budistas se conjugan en esta llamativa ciudad, que viene experimentando un notable proceso de modernización amalgamado a su cultura milenaria.

Caminando por las calles de Bangkok, una de las primeras impresiones que tiene el viajero es la de un desconcierto total. Los colores, los letreros vistosos pero incomprensibles, los aromas de los puestos callejeros de comida, el caos de tránsito, los apacibles templos budistas y su gente conviven en una extraña armonía. Sin embargo, se sabe que solo se está viendo la superficie de “algo” muy profundo.
De pie frente a un templo, observando a la gente hacer sus ofrendas y pidiendo por sus urgencias, junto con una gota de lluvia de la calurosa y húmeda ciudad se deslizó por mi frente la palabra “satori”. Como en un juego de causas y azares recordé que es un término que designa la iluminación en el budismo zen. Es su propia razón de ser y análogo al concepto de creatividad, en el sentido de que reconcilia oposiciones aparentes; se reconoce como el momento de descubrimiento que surge al clarificar una paradoja. En ese instante y en ese sentido, entendí que Bangkok bien puede considerarse una gran paradoja.

LA CIUDAD DE LOS ANGELES.
Bangkok es el nombre con el que se conoce globalmente a la capital tailandesa, pero lo cierto es que se llama Krung Thep Maha Nakhon (“La ciudad de los ángeles”). Para ser detallistas, hay que decir que el nombre original completo lleva 17 palabras, que traducidas al español significan “Ciudad de los ángeles, la gran ciudad, la ciudad de joya eterna, la ciudad impenetrable del dios Indra, la magnífica capital del mundo dotada de nueve gemas preciosas, la ciudad feliz, que abunda en un colosal Palacio Real que se asemeja al domicilio divino donde reinan los dioses reencarnados, una ciudad brindada por Indra y construida por Vishnukam”. ¿Se entiende por qué se optó por llamarla simplemente Bangkok?
Este gigante urbano y económico del sudeste asiático –la ciudad más poblada de ese país– es uno de los destinos predilectos y el punto de partida para otros enclaves del territorio tailandés. Está surcado por el río Chao Phraya, el que junto al delta de su bahía dio lugar a la denominación “Venecia de Oriente”.
Diariamente numerosas lanchas de pasajeros transitan su cauce desde las 8 hasta el atardecer, con varias paradas en atractivos turísticos, lo que resulta una forma interesante y económica de recorrer y conocer el destino.
Si bien con los años muchos de los canales fueron cegados para convertirlos en calles, otro tanto resiste y la gente sigue habitando en sus márgenes. De hecho, uno de los grandes atractivos de Bangkok son sus mercados flotantes. Hay uno dedicado casi exclusivamente a los turistas, que está algo lejos de la ciudad, y otro visitado tanto por viajeros como por tailandeses, y se encuentra entre los canales del centro. “El segundo es el bueno, pero para llegar hay que ir haciendo varias paradas, por lo que es necesario contratar una excursión. Allí ves a los vendedores con sus barquitas ofreciendo todo tipo de productos, pero por sobre todo frutas frescas”, indicó Franco Forastieri, Managing Director de Out of Boxes y gerente de Desarrollo del mercado turístico latinoamericano para ITC Bangkok.

PELIGROSA BANGKOK.
Esta no es una ciudad peligrosa, tal como muestran o titulan algunas películas (ver web recuadro “Bangkok dangerous”). Al menos eso pensé hasta la última noche de mi estadía, cuando regresé desde la zona de Wattana al fastuoso Four Seasons Bangkok –donde tuve el placer de alojarme– a bordo de un tuk tuk, tradicional triciclo a motor en el que vale todo. Son probablemente una de las principales causas de polución de la ciudad y se requiere de buena resistencia para no salir despedido a causa de la velocidad o en un brusco giro en “U” en plena avenida, cuando el conductor se desorienta (¡dicen que eso sucede constantemente!).
Caminar por las veredas es otra experiencia extrema: las motos pasan raudamente junto a los peatones porque es más fácil pasar por allí que entre el embotellamiento, que en esta urbe es de los peores de Asia. Así y todo, hasta hace poco todavía era posible ver elefantes circulando por las calles. Pero afortunadamente las organizaciones protectoras de la fauna local lograron impedirlo y devolverlos a su hábitat natural.
Sin embargo, como en Bangkok todo es una gran paradoja, los tailandeses son notablemente amigables, tranquilos y amables. “Siempre evitarán el conflicto y optarán por poner una sonrisa incluso cuando algo se complica. Hasta en el propio himno de la nación se refleja esta condición. Esto es así porque están fuertemente influenciados por la costumbre budista más tradicional del país: el credo mayoritario es el theravada, procedente de las corrientes más conservadoras que llegaron de India, y mucho menos laxo que la modalidad china”, comentan los guías. Además, la idea del karma está muy arraigada en la sociedad, incluso entre aquellos que no son budistas. Entonces, se cree en la idea de que las malas acciones repercuten en la propia vida.

LOS WATS.
La imagen delgada que se observa constantemente en Tailandia corresponde al mismo Buda regordete con el que estamos familiarizados en Occidente, solo que esta última es la representación china, ligada a la abundancia.
Para los budistas existe una imagen para cada día de la semana, excepto el miércoles, que tiene dos. Asimismo, se los asocia con colores y significados. Lunes-amarillo: memoria e inteligencia; martes-rosa: bravura y coraje; miércoles-verde: ambición (de día), trabajador (de noche); jueves-naranja: buen corazón; viernes-azul: gregario y romántico; sábado-lila: lógico; y domingo-rojo: sabiduría.
Los taxis están pintados con esos mismos colores en Bangkok, aunque no por ello son una muestra religiosa. Pero son un buen medio para acceder hasta la zona histórica de la ciudad, Rattanakosin, donde se conservan palacios y algunos de los 400 wats (“templos”) que alberga la ciudad.
Uno de ellos es el del Buda de Oro (Wat Traimit), que alberga nada menos que una imagen del Gautama sentado, de 900 años, 4,5 m. de alto y más de 5 toneladas de oro sólido. Es el más grande realizado en ese metal. Cuentan que en el siglo XVII, ante la amenaza de los birmanos, la estatua fue cubierta con yeso y permaneció disimulada así por muchos años, hasta que en 1957 un monje descubrió accidentalmente lo que había debajo.
Hoy puede verse reluciente, rodeada de otras imágenes y las típicas ofrendas florales entretejidas, que representan un símbolo de respeto y se venden en tres variedades: bua, pathum y ubon. Y a un lado del templo, para las ofrendas de dinero, hay contenedores plásticos en los que, al arrojar monedas, ¡se activan plegarias electrónicas!
El recorrido puede continuar por Wat Pho, junto al Palacio Real. Es el templo más antiguo y grande de la ciudad, y su plato fuerte es la imagen del Buda recostado, de 46 m. de largo, 15 m. de alto. y pies de madreperla. Es realmente imponente; darle toda la vuelta lleva su tiempo y bien vale la pena hacerlo, observando sus detalles fascinantes –como las innumerables pequeñas flores laminadas en oro y coloreadas de tonos brillantes– y buscando el mejor ángulo para la fotografía.
Además, estas bellas estatuas gigantes –en las que se observa una notable influencia china– escoltan el ingreso a diversos sectores del predio, en los que se aprecia otro centenar de imágenes, decenas de estupas (monumentos funerarios) de diferentes tamaños revestidas con cerámicas de colores y monjes con túnicas anaranjadas caminando silenciosa y pausadamente en medio de la multitud de turistas.
En tanto, el templo del Buda Esmeralda se encuentra dentro del complejo del Palacio Real y en su capilla principal se yergue la venerada imagen, hecha de jade.
Por otro lado, Wat Arun, sobre la otra margen del río, se alza con su inconfundible cúpula de 82 m. decorada con cerámica y porcelana, conformando una de las postales de la ciudad. Es adorable verlo de noche, sobre todo desde el río, cuando es iluminada con focos.
Una mención aparte merece el altar de Erawan, emplazado al aire libre, en una esquina del distrito comercial Ratchaprasong. Allí los devotos hinduistas rinden culto durante las 24 horas a la diosa Brahma, con música, baile, inciensos y ofrendas. Prometen pagar con algo si el deseo que piden se les cumple. Y lo típico es hacerlo con 20 minutos de danza tailandesa, de modo que allí hay bailarinas con atuendos y maquillaje impecables, siempre listas para ese propósito. Pero como en Bangkok todo es posible, mientras tanto el Skytrain pasa por encima del altar, los autobuses y automóviles tocan bocina, y las publicidades gigantes de las primeras marcas se asoman por los cuatro frentes de Brahma.

PRESENTE Y PASADO.
En las líneas precedentes mencioné al Skytrain. Éste tiene que ver con la cara futurista de la urbe, ya que de un tiempo a esta parte manifiesta un notable proceso de modernización. En ese sentido, el “metro aéreo” parece sacado de las películas de ficción: se desliza sobre gigantescos rieles de concreto por el cielo de Bangkok, con aire acondicionado e información en pantallas digitales. Un chiche.
Esta modernización también es notablemente visible en los centros comerciales, hoteles, restaurantes y una enorme cantidad de spas, en los que la principal oferta continúa siendo una práctica ancestral por excelencia: nuat thai (el auténtico masaje tailandés). Y en esto no se improvisa: son necesarios varios años de estudio en la universidad para ejercerlos.
En el Spa by MSpa del Four Seasons Bangkok comprobé la seria preparación; luego de escoger la opción “presión media”, una joven nativa hizo milagros con mis contracturas e incluso con los efectos del jet lag. Agradecí infinitamente esa hora reparadora, utilizando una de las pocas palabras que aprendí: “khop khoon”. Sucede que el idioma tailandés puede llegar a ser bastante complicado debido a su tonalidad: una misma palabra se puede pronunciar con un tono ascendente, descendente, alto, bajo o llano, pudiendo tener hasta cinco significados.
Así como la lengua, la historia del país tampoco es sencilla, ya que participaron de ella un sinfín de pueblos, reyes, reinos y culturas. Desde 1932 es una monarquía parlamentaria, conserva el título de reino y el rey –Rama IX, de la dinastía Chakri– es considerado casi una divinidad. Así queda de manifiesto desde la llegada al Aeropuerto Internacional Suvarnabhumi, donde su imagen domina la escena con gigantografías de diversos hitos de su vida: su niñez, sus días de estudiante, su casamiento, su asunción al trono, entre otros. También coronan la autopista que conduce a la terminal aérea –junto con un enorme cartel que reza “Long live the King”– y la que desemboca en el Monumento a la Democracia, en pleno centro de la ciudad.

DE COMPRAS.
En Bangkok vale el regateo. Y no hay mejor lugar para ello que Chatuchak, el mercado al aire libre más grande del mundo. Funciona los fines de semana, con más de 5 mil puestos en un predio de aproximadamente una ha. Hacia allí me dirigí una mañana de domingo, siguiendo el consejo de los experimentados: “Si algo te gusta, compralo en el momento porque probablemente no lo vuelvas a encontrar en semejante laberinto”. Alimentos, ropa, lámparas, animales, artesanías industriales, robots… todo lo que a uno se le pueda ocurrir está en Chatuchak.
Otro lugar interesante para encontrarse con la esencia de Bangkok es la calle Thanon Yaowarat, en la zona de Hua Lam Phong, donde se encuentra el Barrio Chino, el Mercado de las Flores –está abierto las 24 horas y abundan todo tipo de llamativas especies coloridas, en ramo o entretejidas– y el de las Verduras, un enorme reducto, bien local, donde también hay puestos de carnes, frutas y especias, entre otros productos.
Por supuesto que la ciudad también se destaca por sus enormes y lujosos malls, como el Central World y el Siam Paragon. Este último es el más grande de Asia, donde además de primeras marcas y variados artículos se pueden adquirir productos locales en un exquisito supermercado gourmet. Descifrar el contenido de los simpáticos envases (e incluso no lograrlo) es una divertida experiencia.

LA COCINA THAI.
Si hablamos de cocina thai, seguro será muy picante y llevará arroz. Tailandia es un país con sumo orgullo por su arroz; es el principal fabricante mundial y su calidad es extraordinaria, pese a que Camboya afirme tener la mejor variedad del planeta.
Tal es la influencia de ese producto que en tailandés “comer” se traduce por “tomar arroz”, aunque no se lo ingiera. Además, el propio color blanco se traduce como “arroz”.
Los nativos adoran la comida callejera; los puestos son inherentes a la estampa de la ciudad y una buena opción para el viajero, ya que suele ser económica y deliciosa.
Los aromas desde los puestos son realmente tentadores. Al igual que los jugos y frutas, como el lee-chi, dragón y durian. Y para los más osados hay insectos fritos de todo tipo y tamaño.
“Si se habla de comida tailandesa se debe hablar de la ensalada de papaya, conocida en el idioma local como som tam. Su sabor es único en el mundo. El particular sabor de la fruta se funde con la fuerza de los chili –que por supuesto son intocables–, la salsa de pescado y las gambas. Es muy nutritiva y saludable. Pero para los tailandeses, ‘ir a comer som tam’ no significa ingerir únicamente la ensalada, sino también otros platos, entre los que suele haber carnes y pescados a la brasa, además del característico arroz pegajoso”, contó un argentino que lleva viviendo unos años en Bangkok.
Las sopas son características. La propia es el tom yam, de color mostaza, elaborada con lemongrass y combinada con salsa de pescado, gambas, setas, cebollas y mucho chili. Se complementa con carne y arroz, y su sabor es supremo.
Con un cúmulo de nuevas experiencias y sensaciones llegó la hora de decir adiós a esta entrañable urbe. Por momentos, una ciudad endemoniada. Pero siempre la ciudad de los ángeles. Bangkok: una gran paradoja.

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