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Una avenida forjada por la naturaleza

Ecuador es pequeña pero sumamente diversa en paisajes. En este caso nos fuimos a la "Avenida de los Volcanes", un circuito que corre de norte a sur, a lo largo de 325 km., flanqueado por una treintena de volcanes. La arteria que esculpió la naturaleza fue venerada por indígenas en el pasado –para ellos los volcanes eran machos y hembras- y contemplada con respeto por turistas de hoy. 

Me produce cierto escozor saber que mi brújula de ahora en más se fijará en la llamada “Avenida de los Volcanes”, un circuito que corre de norte a sur, a lo largo de 325 km., flanqueado por una treintena de volcanes. Pero el guía nos tranquiliza cuando nos relata la anécdota de las turistas españolas que estaban vacacionando en la ciudad de Baños, cuando tuvieron que evacuar porque se venía una erupción. “Si bien las rutas se llenan de autos, hay tiempo suficiente para ir hacia un lugar seguro”, nos dice el guía mientras nos muestra las huellas aun visibles de ese estallido de la Tierra: caminos anegados y una lengua de la montaña totalmente rasa, sin vegetación.

La arteria que esculpió la naturaleza fue venerada por indígenas en el pasado –para ellos los volcanes eran machos y hembras- y contemplada con respeto por turistas de hoy. Hay 10 elevaciones que sobresalen porque tienen más de 5 mil m. Entre ellas está el Cotopaxi, cuyo parque nacional se encuentra a 86 km. de Quito. Entre cipreses y eucaliptos se deja ver este coloso que trepa hasta los 5.897 m. El trayecto se puede hacer en vehículo hasta los 4.600 m., que es donde se encuentra el estacionamiento para luego seguir trepando a pie hasta el refugio. Antes hay un pequeño museo que vale la pena conocer para aprender sobre las especies de la zona (conejos, lobos de páramo, cóndores, zorros, etc.) y la laguna Limpiopungo, a 3.800 m.

El frío acecha, la vegetación se compacta y se vuelve tiesa, el aire escasea y las nubes nos rodean para que no podamos seguir mucho más. El guía nos dice que nos coloquemos un caramelo debajo de la lengua para contrarrestar los efectos de la altura. Mientras lo saboreo disfruto de esta soledad infinita del paisaje.

Siguiente destino: Baños, a 160 km. de Quito. En el ínterin un puñado de pequeños poblados, pero con personalidades definidas. Así, podemos encontrar Salcedo, donde pululan las heladerías y hasta se levanta el monumento al helado; o Ambato, el sitio para probar la colada morada auténtica, una pócima dulce y de color borravino que lleva una veintena de elementos y que se acompaña con pan cocido al horno de barro. En derredor se conforma un anfiteatro de volcanes, como el Chimborazo, de 6.310 m; Carihauirazo, de 5.020 m.; El Altar; o Tungurahua.

Con los años Baños adquirió las características de un destino turístico: tiendas de souvenir, restaurantes, agencias de viajes, propuestas de turismo aventura, hoteles que prometen el paraíso en sus aguas termales y una peatonal muy dinámica que se apaga bien tarde a la noche. Y entre la oferta turística está el recorrido en chiva. No, no es un animal, sino un colectivo muy colorido que hace parte del circuito de las cascadas.

Unas 60 caídas de agua riegan las elevaciones en la zona hasta tornarlas verdes, 14 de ellas pueden visitarse, cruzar de lado a lado una montaña en cablecarril y hacer una caminata por el bosque húmedo tropical. Es el caso del Manto de la Novia, destino final de un recorrido entre plantas frutales, sobre puentes colgantes y amplios espacios verdes.

Otro sitio para conocer es el Pailón del Diablo, con una caída de más de 90 m. que salpica y nos moja a todos. Pero hasta allí habrá que caminar una hora, subir –a mi entender- infinitos escalones, inmiscuirse por pasadizos estrechos entre las rocas, ascender por cuestas… pero el esfuerzo vale la pena, pues al final se deja ver a un par de metros la imponente cascada. Como epílogo y premio a quienes hicimos la travesía, compramos un aperitivo que se vende al costado del camino y es muy popular en Ecuador: una banana cocida a la parrilla rellena con queso fundido.

 

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