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Sol y Playa

Historias en azul y blanco bañadas de sol

A pocos sitios en la Tierra el cine a colores le ha hecho más honor que a Grecia. Sin embargo, el influjo de su cultura clásica, de sus mitos y personajes legendarios desembarcó en el celuloide mucho antes que hubiera color. Y así se gestaron dos Grecias: la clásica, la histórica, la de monumentos y dioses, y otra mucho más viva, vibrante, luminosa, pasional e intensa. Le proponemos un repaso por las dos caras de ese dracma. 

Al principio, Galatea toma conciencia de su propia vida lentamente, y se pasea por el cuadro ensimismada, como ajena a todo. Atrás, un Pigmalión tan asombrado como fascinado la persigue: está perdidamente enamorado. Todo con los movimientos acelerados del cine antiguo y en completo silencio. No me imagino cómo habrá sido la pieza de piano original que sonó acompañando aquel filme de 1898. Lo cierto es que aquella versión cinematográfica del mito de Pigmalión y Galatea es obra del célebre Georges Mèliés y sin duda alguna es una de las presencias de Grecia en el cine más antiguas de la que se tenga razón. Sin embargo, en el juego inconsciente, cuando unimos Grecia y la imagen pensamos en aquellos paisajes idílicos, de poblados blancos caóticamente compuestos sobre islas pequeñas que interrumpen un mar Egeo azul profundo.

Entrada por la Grecia Antigua.

Sin embargo, así como lo confirma el “Pigmalión y Galatea” de Mèliés, el abordaje de Grecia por parte del cine comenzó por la historia clásica y los mitos. Vaya una pausa, una curiosidad: en el filme, el propio director es, a la vez, el actor principal. Mèliés se pone en la piel de del rey Pigmalión.

El cine mudo registra al menos una docena de filmes basados en mitos clásicos griegos: Hércules, Neptuno y Amphitrite, El nacimiento de Venus, Venus y Adonis, Ulyses y Polifemo, Orfeo y Eurídice.

Instalado el mito del héroe en Hollywood, ya con sonido aparecieron nuevamente las historias de guerreros o de viajeros capaces de ir hasta el fin del mundo por amor. O la recreación de la historia clásica.

En tal sentido valga recordar que Heracles o Hércules es uno de los personajes predilectos del cine de todos los tiempos. Los filmes más clásicos de este héroe hijo de Zeus y Alcmena corresponden a los 50 y los 60. Y curiosamente, la cinematografía italiana de aquella época fijó sus ojos en el musculoso personaje. Son singularmente recordadas “Los trabajos de Hércules”, de 1958, dirigida por Pietro Francisci y protagonizada por el británico Steve Reeves; y “La furia de Hércules”, de 1962, creación de Gianfranco Parolini, y teniendo como actor principal a Brad Harris.

En cuanto a las recreaciones históricas, de 1962 es “Los 300 espartanos”, que recoge la historia del rey Leónidas y la batalla de las Termópilas.

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Casi coetánea de las anteriores, aparecería otra película que sembraría en el cine la posibilidad de ver otra Grecia, no aquella clásica de hombres en toga, guerreros y filósofos, otra más moderna, más pasional, más folklórica. Me refiero a “Zorba, el griego”, de 1964 y que de hecho ganó varios premios Oscar en 1965.

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El actor mexicano Anthony Quinn se pone en la piel de Zorba, un campesino griego, medio músico y medio aventurero, pero profundo conocedor de la naturaleza humana, que acompaña al escritor Basil (el actor Alan Bates) a resolver temas pendientes con la herencia de su padre y su bloqueo creativo en Creta. Se trata de una historia muy humana, basada en la novela de Nikos Katzanzakis. Allí Grecia brilla, estalla, pero el filme es en blanco y negro…

La luminosa Grecia.

Por supuesto que hay otros títulos que hablan de Grecia, casi de modo colateral. Allí está “Los cañones de Navarone”, de 1965, un drama bélico que transcurre en una isla griega del Egeo, pero en realidad el escenario es un pretexto, el filme habla de otra cosa. Lo mismo sucede con “Escape de Atenas”, de 1979, una comedia también bélica con un estelar elenco (Roger Moore, Telly Savalas, David Niven, Elliot Gould, Stefanie Powers y Claudia Cardinali), que también acontece en la Segunda Guerra Mundial.

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De ese mismo conflicto habría que esperar hasta 1991, para que un filme italiano volviera a rescatar la esencia de la Grecia de la que hablamos. Se trata de “Mediterráneo”, que cuenta la historia de un pequeño pelotón de soldados italianos que ocupan una isla griega del Egeo. Y sin quererlo, sin proponérselo, por diversos motivos, casi todos ellos se van enamorando del lugar (cuando no de alguna dama griega) y van olvidando sus funciones de tropa de ocupación para volverse integrantes de la comunidad. Desde el teniente amante del arte que restaura una antigua capilla hasta el enamorado que se convierte en granjero junto a su amada mujer griega. Nuevamente, la música, el paisaje que quita la respiración, la bondad de la gente, su sencillez; las costumbres, la gastronomía… la vida… eso es lo que brilla y en colores, en el filme italiano que ganó el Oscar como mejor película en idioma extranjero, en 1991.

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La Grecia inolvidable.

El siglo XXI trajo dos nuevos rescates de la Grecia bellísima, de la mano de Hollywood. El primero de los casos de la mano de “La mandolina del Capitán Corelli”, la novela de Louis de Bernieres, dirigida por John Madden y protagonizada por Nicolas Cage, Penélope Cruz y el recientemente desaparecido John Hurt. Nuevamente, una historia romántica sumergida en plena Segunda Guerra Mundial donde un romántico capitán-músico conquista a una hermosa mujer griega. Separados por la guerra y por los acontecimientos (la presencia de la resistencia griega encabezada por Madras –Christian Bale–, esposo del personaje de Cruz; el arribo de las tropas alemanas tras la rendición de Italia, el fallecimiento del padre de Cruz –encarnado por Hurt–), la historia concluye con el triunfo del amor cuando tras la guerra Cage regresa a aquella isla donde había encontrado el amor y se había reconciliado con su vocación musical, como intérprete de mandolina.

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En la película de Madden, Grecia es un hermosísimo y romántico marco, pero más cerca en el tiempo, en “Mamma mía!”, al principio parece que acontecerá lo mismo. Pero con el transcurrir del filme, el entorno se va colando, de a poco, para ser casi un protagonista más. “Mamma mía!” no podría haberse rodado en otro sitio, no sería igual. La película, también multiestelar (Meryl Streep, Pierce Brosnan, Colin Firth, Stellan Skarsgård y Amanda Seyfried, entre otros), es una comedia musical que engarza temas del grupo pop sueco Abba.

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Curiosamente, la historia transcurre en una isla griega ficticia llamada Kalokairi, pero que apela a escenarios reales. Algunas secuencias se rodaron en el antiguo puerto de Scíathos, otras en las playas de Glysteri y Kastani; y la secuencia del casamiento (aunque el interior de la capilla fue reproducido en el estudio Pinewood, de Inglaterra) se rodó en la capilla Agios Ioannis Prodromos. Todos estos escenarios corresponden a la Isla de Skópelos.

GRECIA CON OJOS DE GRIEGO

Lejos de visiones exógenas y estereotipadas, Grecia tiene una vasta y propia tradición cinematográfica. De hecho se remonta a inicios del siglo XX. Como “termómetro” vaya el dato de que a lo largo de la historia, cinco películas griegas han sido nominadas al Oscar en la categoría mejor película en idioma extranjero. Curiosamente, los nombres se repiten. En 1962, la nominada fue “Electra”, del cineasta Michael Cacoyannis. En 1963, “Las linternas rojas” de Vasilis Georgiadis. Para 1965, la seleccionada fue “Sangre en la tierra”, otra obra de Georgiadis. Hubo que esperar nueve años, hasta 1977, para que surgiera un nuevo filme griego elegido, y con una historia clásica: “Ifigenia”, creación del ya mencionado Cacoyannis. La película que cierra el lote es “Colmillo”, de Giorgio Lanthimos, de 2010.

Sin embargo, una de las piezas más recordadas de la filmografía helena fue “La eternidad y un día”, una coproducción greco-franco-germano-italiana, protagonizada por el actor alemán Bruno Ganz, que encarna al poeta griego Alexander, y dirigida por el cineasta Theodoros Angelopoulos. La película gano el Festival de Cannes en 1998.

Pero claramente, si de destacar a un director de origen griego se trata, quizás el más célebre sea Kostantinos Gavras, más conocido como Costa-Gavras, director de más de 20 films, siendo acaso el más conocido “Desaparecido” (Missing), protagonizado por Jack Lemmon y Sissy Spacek.

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