Hay destinos que con sólo nombrarlos, ya los podemos imaginar. Al pensarlos nos envuelve una atmósfera de paz, mientras que un ritmo cansino nos transforma y marca el paso. Es inevitable: estamos en modo Colonia del Sacramento.
Colonia: un refugio de placeres cercanos
En esta oportunidad Viajando les propone disfrutar una jornada aquí cerca, al otro lado del río. Y lo sabemos: seguramente no encabeza la lista de destinos exóticos soñados. Pero también estamos al tanto de la singularidad de su arquitectura, sus calles, sus playas y sus sabores. Además, de la esperada y celebrada calidez de nuestros vecinos.
POR LA MAÑANA.
Al llegar, le recomendamos hacer una caminata por las principales arterias de la ciudad, ideales para ser desandadas a paso lento. En 1995, Colonia del Sacramento fue declarada Patrimonio Mundial por la Unesco gracias a su belleza y al estado de conservación de su casco histórico.
Desde 1680, año de su fundación, hasta 1825 cuando el país se independizó, Colonia pasaba del dominio español al portugués sucesivamente. Es por eso, que quienes pasean por su casco histórico, también llamado barrio antiguo, reconocen varios estilos arquitectónicos y diferencias en el diseño de la ciudad. Cuando se trata de calles con impronta portuguesa las veredas casi no existen. En cambio, en las españolas sí las hay y desaguan hacia los laterales; no hacia el centro como ocurre con las anteriores.
En esta zona se abre de manera natural la vista sobre el Río de la Plata. El Portón de Campo o Puerta de la Ciudadela es, junto a la Plaza Mayor, el eje de la ciudad vieja. Antiguamente permitía el acceso al área fortificada y servía de defensa ante posibles ataques enemigos.
Sobre el lateral de la plaza encontramos la pequeña calle de los Suspiros. Su nombre, al igual que el puente homónimo en Venecia, rinde homenaje el último suspiro que exhalaban los condenados a muerte, quienes pasaban por allí de camino a su ajusticiamiento. Los espíritus más románticos sugieren que en realidad estos suspiros eran vivaces y provenían de las casas de citas emplazadas a lo largo de la callecita.
A pocos metros, el omnipresente faro, las galerías de arte y varios restaurantes que proponen un almuerzo relajado frente al río, completan la mañana en la otra orilla.
POR LA TARDE.
Con las energías recobradas, la tarde se presta para definir otras formas de descubrir la ciudad. Si la idea es profundizar en su historia podemos visitar alguno de los museos. En cambio, quienes se inclinen por actividades menos comprometidas, si continúan leyendo, también encontrarán propuestas que los conquisten.
Para quienes eligieron la primera alternativa, el Museo Casa de Nacarello, de estilo portugués, con paredes y pisos originales de la época colonial recrea el ambiente local de aquellos años y vale una visita. Igual que el Museo del Azulejo, que exhibe piezas provenientes de Francia y España, y algunos diseños uruguayos que se utilizaron en las coloridas construcciones locales.
Finalmente, en el Museo Regional, una casa portuguesa de mediados del siglo XVIII que aún conserva parte de su estructura original, funciona una sala de documentación sobre la historia civil, política y geográfica de Colonia.
Seguramente, antes de dejar el casco antiguo se tentará y querrá regalarse algún souvenir. Le recomendamos llevar a casa alguna de las singulares piezas de cerámica que trabajan los artesanos locales. Los que más gustan son los azulejos estilo portugués con dibujos y forma en azul y blanco; también hay platos, jarras y fuentes con diseños irrepetibles. Si prefiere el cuero, encontrará algún lindo mate para regalarse o regalar. Los tejidos, el dulce de leche uruguayo y alguna botella de vino tannat -cepa nacional por excelencia- completan la lista de regalitos que nos podemos llevar en la valija.
Quienes se inclinan por disfrutar del aire libre podrán alquilar una bicicleta para visitar, en las afueras del casco histórico, la estructura del Real de San Carlos, un antiguo enclave militar español donde se conserva la iglesia de San Benito y la imponente estructura de la Plaza de Toros, de estilo mudéjar.
Para el regreso, le recomendamos pedalear hacia la Rambla de las Américas. Si tiene termo y mate mejor, porque pasando la playa Las Delicias podrá degustar una docena de churros rellenos (a la vista) que hace honor al nombre de este enclave y, como yapa, ser testigo de un bellísimo atardecer sobre el río.
Más tarde, comienzan a encenderse los farolitos de las casas y los comercios que pueblan el barrio antiguo. Los invitamos, entonces, a perderse por esas callejuelas y dejarse tentar por los aromas que brotan desde el interior de los restaurantes donde la música suave, el tannat y las preparaciones como el clásico chivito uruguayo, un buen plato de pastas rellenas o una porción de asado a la leña, coronan una jornada amenizada por los placeres accesibles.
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