Con los años de pasajera en clase Turista, y consciente de que en general me muevo sola, aprendí a seleccionar los pocos souvenirs que regresarán conmigo. Muchos recuerdos en la mente, y muy pocos en la repisa.
Un laberinto de colores llamado Otavalo
Pero esta vez algo cambió. Es que fui a conocer uno de los mercados más grandes de Sudamérica: el de Otavalo. Allí, la lógica se deshizo inmediatamente. Además, mi mudanza inminente fue la excusa perfecta: el nuevo hogar sería un lienzo en blanco dispuesto a ser intervenido.
LAS PRIMERAS IMPRESIONES.
Desde Quito recorrí 110 km. hacia el norte hasta llegar al cantón de Otavalo, en la provincia de Imbabura, un valle habitado por la etnia kichwa, que desde el S. XVII puebla la región. Para quienes visitan este lugar por primera vez es importante destacar que la Plaza de los Ponchos es el epicentro del mercado, y permanece abierta todos los días. Pero si lo visitamos un sábado, la fiesta se multiplica ya que en cada calle hay más y más feriantes que llegan desde lejos para exponer sus trabajos.
Desde los puestos que rodean la plaza nos internamos en un laberinto de colores y texturas. Nos gana el sentido de la vista y después de recorrerlo sin el más mínimo criterio, es preciso organizarse para no quedar atrapados en el mismo círculo durante toda el día.
CONOCIENDO LOS CODIGOS.
Rápidamente, advertí que me gustaba casi todo lo que veía, pero sólo tenía dos manos y un presupuesto. La misión fue conseguir calidad, color y autenticidad, todo al mejor precio. Entonces, tímidamente me acerqué a los feriantes. Arranqué por los textiles. Admiré los colores y la suavidad de la lana, supe que predominaban los de alpaca, más suaves al tacto. Descubrí chalinas, mantas y un cubrecama perfecto para mi nueva casa.
Mientras tanto, las vendedoras lucían unas hermosas camisolas bordadas a mano combinadas con collares pulseras y fajas al tono.
“Cada prenda tiene un valor simbólico”, comentó una de ellas, entonces pudimos advertir que entre los kichwa, las prendas así como los accesorios y los colores, nos cuentan parte de su historia y de su cultura. Por eso la feria es la mejor vidriera para exhibirla, a través de sus trabajos, cuya venta es una importante fuente de ingresos. Así y todo, el regateo es casi obligatorio.
EL JUEGO ENTRE LOCALES Y VISITANTES.
Mientras el vendedor y el comprador acuerdan el precio justo, para que resulte un buen negocio para ambos, si levantamos la vista, descubriremos grandes telones donde predominan los tapices con paisajes locales y hasta las mismas blusas que lucen las vendedoras y que bordaron con sus propias manos.
Mis primeras adquisiciones fueron las coloridas chalinas y la colcha. Con un presupuesto de USD 25, pude hacerme de un modelo que concentra todos los tonos de verdes.
En otro pasillo, una vendedora me ofreció unas muñequitas preciosas mientras comía maíz tostado y salado. Una delicia que califica como un snack sano y económico.
Al ver estas muñequitas, hechas a su propia imagen y coronadas con un sombrero ecuatoriano –en este caso el modelo originario de la ciudad de Cuenca– me dieron ganas de desafiar a las grandes jugueterías de cadena. A mi vuelta, me sorprendí gratamente cuando las niñas de mi entorno a quienes les regalé un par de ellas, jugaron por varios días. Pero mi pequeña victoria se dio al comprobar que ninguna esbozó un comentario del estilo: “Esta no es una Barbie”. Solo disfrutaron y conocieron algo diferente. Se hizo justicia.
Haciendo malabares para no perder mis paquetes, seguí sumando objetos: un sweater de hilo, varias carteras y mi nuevo pantalón cómodo conviven hoy en mi nuevo hogar. De regreso, en Ezeiza, caminé por el hall cargada y feliz sin desdeñar lo que cada quien rescata de los viajes.
Cómo llegar: TAME ofrece varias frecuencias semanales desde Buenos Aires a Quito.
Informes: www.quito.com.ec.
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