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Un espejismo reluciente en pleno desierto

En la última década el emirato ha emergido como un referente turístico a nivel mundial, captando la atención de millones de viajeros. Aquí las fastuosas construcciones y la admirable ingeniería económica conviven con las arraigadas tradiciones árabes, entregando una experiencia de matices diversos y única en el orbe. 

Como buen anfitrión al mundo árabe, aquí le sirvo un café, en este caso de Yemen, vertido en un cuenco pequeño y sin asas. Sí, le serví poco, para que no se enfríe. En todo caso puede repetir. Sienta el aroma a cardamomo y note cómo el azafrán dota a la bebida de matices dorados. Es bastante amargo, como se estila en la zona. Para contraponer el sabor acepte unos dátiles dulcísimos, rellenos con castañas de cajú. ¿Le gustan? ¡Bienvenido a Dubái!

UNA HISTORIA QUE RECIÉN COMIENZA.

Para empezar a comprender el pleno auge de Dubái, surgida de las entrañas de las arenas como un espejismo, vale poner en contexto su incipiente historia.

Es sabido que décadas atrás, Dubái estaba fuera del alcance de los radares turísticos. Antes de su explosión, se trataba de un pueblo de pescadores cuya principal actividad era la búsqueda de perlas, luego trocadas por mercadería y otros bienes de los barcos que llegaban al puerto. De ello hoy sólo queda el mito fundante, y en su lugar salta a la vista una megaurbe de rascacielos vidriados, autovías que los unen convenientemente y la promesa de que el círculo virtuoso que Dubái ha creado para sí misma seguirá entregando nuevos hitos en materia de infraestructura.

Sin duda ha sido ingeniosa la manera en que el emirato ha decidido desarrollarse –con el querido sheik Mohammed como principal mentor e impulsor–, aprovechando los recursos monetarios no renovables que entregaba el petróleo para volcarlos al objetivo de convertirse en un centro mundial del turismo, las finanzas y el negocio inmobiliario. La creatividad, el trabajo y el seguimiento mensurable de los procesos, sumado a una gran promoción a escala mundial, hoy reflejan sus frutos, brindando al turista una experiencia reluciente.

Lejos de detenerse, el emirato quiere más: hoy ya cuenta con el aeropuerto más transitado del mundo y apunta a construir, de aquí a 10 años, otro con el doble de capacidad.

UNA VISIÓN INTEGRAL.

Un sobrevuelo en avioneta es la mejor manera de entender la extensión y disposición geográfica de Dubái.

Salimos en hidroavión –un Cesna Caravan– desde un club de golf, remontándonos desde el arroyo que se interna en la ciudad. Tras pasar por encima de la zona de mercados, el itinerario releva parte de los 69 km. de costa del emirato, para admirar desde un punto de vista privilegiado algunos de los mayores íconos locales.

A la derecha, lo primero que veremos –aunque un poco alejada– será la Isla del Mundo, un conjunto de 300 islotes que configuran el mapamundi terráqueo en el que se planeaba la instalación de resorts y casas vacacionales. Lamentablemente, desde la crisis de 2008 los planes se han pospuesto y hoy solo un puñado de territorios presenta construcciones.

A continuación, nos encontramos con el Burj Al Arab, el hospitalario faro siete estrellas que vigila la costa dubaití. Erigido sobre las aguas del golfo Pérsico, su ostentosa silueta de vela se ha convertido en el símbolo del perfil emprendedor de este territorio. Desde las alturas se puede ver el helipuerto en que André Agassi y Roger Federer disputaron un match de tenis –ejemplo de la astucia promocional del destino–, así como el exoesqueleto que ayuda a proteger la estructura del viento y la marea.

Un poco más allá está The Palm Jumeirah, archipiélago artificial con forma de palmera datilera que sí alcanzó su esplendor. Se construyó en sólo un año y medio y de a poco fue poblándose de hoteles y villas residenciales. Hoy este particular emprendimiento está coronado por el Hotel Atlantis, mientras que un monorriel exclusivo la circunda, conectando todas sus facilidades.

POR LOS ZOCOS.

Al norte de la urbe, a la vera del Dubai Creek –arroyo que vio nacer a los primeros asentamientos–, se encuentran los mercados callejeros, mejor conocidos como “zocos”. Se trata de una de las pocas áreas peatonales de Dubái, donde uno puede saltar de los locales de venta de oro, a los de chucherías y souvenires, pasando por los especializados en especias.

Aquí rige la ley del regateo y por ello lo mejor es ir en grupo, para negociar precios por cantidad, jugar a policía bueno-policía malo en busca de la mejor oferta y sacar de apuros a los compañeros ante un vendedor demasiado insistente. Con afán lúdico, es posible cerrar buenos negocios para todos.

Al conocer nuestra condición de argentinos, el vendedor espetó de memoria un enigmático “¡Messi-Maradona-Viagra-Burj Khalifa!”, al tiempo que empezábamos a manosear los bienes de su tienda. La compra de especias es obligatoria, con sets económicos con puñados de canela, coriandro, pimienta, chile y anís estrellado, entre otros ingredientes. Los deliciosos dátiles con cajú o almendras conviene adquirirlos en el aeropuerto. En cambio, nos llevamos zapatitos árabes, una baraja de naipes dorados, cerámicas, lámparas turcas y pañuelos para la cabeza. En cuanto a las pashminas, los mercaderes prenden fuego sus hilachas para dar cuenta del material: si largan olor a pelo quemado son buenas, si hieden a plástico son “made in China”.

Aunque no sea estrictamente necesario, hay que tomar uno de los botes que cruzan a locales y turistas de una a otra costa del Dubai Creek: basta con prestar atención al conductor, quien con el golpeteo de su cajita reclamará a cada persona apenas un dírham –30 centavos de dólar– en retribución por los servicios.

BURJ KHALIFA Y DUBAI MALL.

Si bien existen dos líneas de metro que cubren sobre todo el área paralela a la costa, para trasladarse al complejo compuesto por el Burj Khalifa y el Dubai Mall habrá que tomar un taxi.

El Burj Khalifa, con sus 828 m. de altura inscriptos en el libro de los récords Guinness, es el máximo exponente de una ciudad construida hacia arriba, so pena de tortícolis y gracias a una ingeniería que asegura la estabilidad de los edificios mediante pilares subterráneos que traspasan la capa de arena y llegan hasta la piedra. Otro ejemplo de la adaptación al entorno desértico es la implementación de un sistema de aire acondicionado para toda el área urbana, distribuido a través de generadores centralizados.

La torre más alta del mundo se inauguró en 2010, cuenta con 163 pisos –el mirador principal está en la planta 124– y en su vasta superficie dispone de áreas residenciales, de oficinas e incluso allí se encuentra el Armani Hotel.

El Burj Khalifa comparte su ubicación con el Dubai Mall, una mole comercial de 1.300 tiendas. Hace unos 10 años esta zona estaba poblada de galpones abandonados, que antaño formaban parte de una base militar. Hoy en cambio se suceden las marquesinas de Forever 21, Aldo, Hallmark, H&M y otras marcas reconocidas y de lujo. A ello se suman otras facilidades sorprendentes, como una pista de hielo, una cascada escultórica y un acuario con 33 mil ejemplares y un túnel submarino transparente.

SAFARI POR EL DESIERTO.

Luego de 45 minutos de rodar por carreteras en perfecto estado –y aprovechar la ocasión para indagar en la vida cotidiana de nuestro amable conductor– llegamos a las puertas de la Dubai Desert Conservation Reserve, escenario de la caravana en 4x4 por el desierto.

Una vez que todos los vehículos desinflaron sus neumáticos –para garantizar un mejor agarre en la arena– nos introdujimos en la reserva. Así, entre emocionantes saltos, subidas y bajadas, pudimos apreciar la vastedad del mar de dunas, un paisaje que de tanto en tanto se completaba con un órix o una gacela que asomaban tímidamente.

La primera parada deparó bebidas frías y copas de vino para celebrar el atardecer, acompañadas de una demostración de cetrería. Esta arraigada tradición local permite conocer las destrezas del halcón peregrino –el animal más veloz de la Tierra, que llega a 300 km/h en picada–, sus aptitudes de caza y su relación ancestral con los beduinos del desierto.

Tras una magistral puesta del sol, otro pequeño periplo nocturno nos llevó hasta un conjunto de tiendas dispuestas en semicírculo, en plan de festín al mejor estilo árabe. Allí –al igual que en gran parte de la estadía– abundó la buena comida, con el infaltable humus, suave pan de pita, kebabs de cordero o pollo, y dulces almibarados con masa filo y frutos secos, entre otras delicias. Esta recepción gozó de todo el color local, pudiendo dar un paseo en camello, vestirnos a la usanza árabe, fumar narguiles y admirar la danza de las odaliscas.

Así, bajo el límpido cielo nocturno concluía la experiencia dubaití. Tal como las estrellas, el destino refulge. Con exuberancia y fastuosidad muchas veces, pero sin renunciar a su esencia árabe. Queda en manos del viajero desentrañar la naturaleza de este polifacético fenómeno turístico. Y, como al contemplar los astros, la belleza dependerá del ojo de quien mira.

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